[Esta entrada apareció publicada el 20 de diciembre de 2024, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
(Continuación) El relativista, uno de los más grandes científicos de la historia y la mente más brillante desde Isaac Newton, era un hombre que básicamente no creía en Dios si bien su visión de la vida andaba lejos de ser la de un ateo y su sentido religioso no implicara en absoluto una idea antropomórfica. Nacido en la ciudad alemana de Ulm, a pesar de crecer en una familia judía poco practicante fue un niño muy religioso hasta que a los doce años ‘llegué a la convicción de que gran parte de las historias de la Biblia no podían ser ciertas’, como explicó en Apuntes para una autobiografía (1949).
Con dieciocho años ya había leído Antígona de Sófocles, Don Quijote de la Mancha de Cervantes o el Tratado de la naturaleza humana de Hume, si bien fue la obra del judío Baruch Spinoza (1632-1677) la que mayor influencia ejerció en él. Un espíritu libre el neerlandés que se apartó pronto del judaísmo y de toda religión, para quien Dios no estaba fuera del Universo, sino que se manifestaba en la naturaleza y sus leyes universales, pero eso sí, sin una voluntad o plan preestablecidos para su creación; no es el Creador, sino la naturaleza misma: ‘Deus sive natura’.
¿Qué pensaba Einstein sobre Dios? ¿era religioso? ¿creía en la vida después de la muerte? En diferentes momentos de su vida manifestó: ‘No soy ateo, y no creo que pueda llamarme panteísta... Creo en el Dios de Spinoza que se revela en la armonía ordenada de lo que existe, no en un Dios que se ocupa de los destinos y las acciones de los seres humanos’. O sea, una especie de “legislador universal”, un no ateo -prefería llamarse a sí mismo agnóstico o no creyente profundamente religioso-, que en su 75 cumpleaños declaraba: ‘La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y el producto de las debilidades humanas y la Biblia es una colección de leyendas venerables, pero más bien primitivas’.
En su opinión, podía considerarse a ‘religión y ciencia como antagonistas irreconciliables’, ‘todo aquel que crea firmemente en la causalidad’, apuntaba, no puede aceptar ‘la idea de un Ser que interfiere con la secuencia de los acontecimientos en el mundo’. A lo que añadía: ‘Para mí, la religión judía no adulterada es, como todas las otras religiones, una encarnación de la superstición primitiva. Y la gente judía a la que con mucho gusto pertenezco, y en cuya mentalidad me siento profundamente arraigado, no tiene para mí un tipo de dignidad diferente a la que tiene el resto de la gente’. Y a la pregunta de si había vida después de la muerte, respondía con un irónico ‘una vida es suficiente para mí’. (‘Lo importante es no dejar de hacerse preguntas’).
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