(Continuación) Karl. P. Schmidt
(1890-1957) o el herpetólogo estadounidense que narró su propia muerte por
la mordedura envenenada de una serpiente, en concreto una culebra arborícola de
El Cabo.
Del científico, uno de los más destacados del pasado siglo XX, solo
detallar que si bien no descubrió muchas especies, sí escribió las primeras
descripciones científicas de más de 200 taxones, incluidas 69 especies de
reptiles. Y fue autor de más de 200 artículos y libros, incluyendo Living Reptiles of the World de 1957, su
libro más exitoso a nivel internacional. Una buena trayectoria como científico.
La ‘boomslang’ y su veneno
De la serpiente sabemos que era un joven ejemplar de ‘boomslang’ (Dispholidus typus), en principio un
animal dócil, tímido y que huye con facilidad pero que, cuando es provocada,
ataca mordiendo con fuerza, con toda la boca abierta, ya que los colmillos
ponzoñosos están en la parte posterior del maxilar superior.
Unas mordeduras que, por lo general, solo se producen cuando las
personas las intentan manipular o atrapar, y con dicha acción inoculan su
veneno que es altamente mortífero, pues bastan unos pocos miligramos para
acabar con la vida de una persona.
Se trata de una hemotoxina
que inhabilita el proceso de coagulación de la sangre, por lo que la víctima
puede morir como resultado de hemorragias internas y externas. Un proceso que
viene acompañado de otros signos y síntomas como: dolor de cabeza, náusea,
somnolencia y desórdenes mentales varios.
Es un veneno que actúa de forma lenta, por lo que los síntomas puede que
no se manifiesten hasta muchas horas después de haberse producido la mordedura
lo que por un lado es bueno, pero es malo por otro. Bueno porque, si se es
conocedor del peligro, da tiempo para procurarse el antiveneno. Y malo si, por
el contrario, se ignora dicho riesgo y se subestima, al no manifestarse de
entrada ningún síntoma, la seriedad de la mordedura. Que por desgracia es el
caso del estadounidense.
El sucedido científico
Todo empieza cuando en septiembre de 1957, el científico recibió un
ejemplar de Boomslang para que lo examinara en su laboratorio del Field Museum
en Chicago y, por desgracia, resultara mordido por el animal en la tarde del 25
de septiembre.
Por las razones que fueran, parece ser que Schimdt no pensó que la dosis
fuera mortífera así que, como buen científico, empezó a registrar de forma
detallada la sintomatología y progresión del veneno en su organismo. Y lo hizo
prácticamente hasta el fatal desenlace, como consecuencia de fuertes
hemorragias internas. Una secuenciación de todo el proceso que duró
veinticuatro horas (24 h), pues la última entrada en el protocolo del cuaderno
de laboratorio está fechada la mañana del 26 de septiembre de 1957 alrededor de
las 14:00, y Karl P. Schmidt cayó en coma y murió a las 15:15.
En dicho registro detalló su progresivo deterioro narrando cómo comenzó
a tener vómitos, a sangrar de forma intermitente por la nariz y la boca, y
cómo, sin embargo, logró conciliar el sueño esa noche. A la mañana siguiente
detectó sangre en la orina, sufrió un fuerte dolor de estómago y de fiebre,
entre otros síntomas. El deterioro se extendió al cerebro anulando hasta el
temido desenlace. Y de todo ello mantuvo un registro, describiendo el progreso
de su envenenamiento. (Continuará)
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