Hace bastante tiempo que esta historia me llegó por correo electrónico,
cuál si no, y no es más que una de esas que, de vez en cuando, suelen llegarnos
y a la que no se le presta atención. Sin embargo, no me pregunten la razón,
hace unos días, al verla, me apeteció contárselas.
Empieza más o menos así. Una mañana recordé que debía llamar a un amigo,
de modo que, de memoria, marqué su número y alguien, en tono tenso y con muy
mal humor, contestó:
- ¿Qué quiere?
- Te has equivocado, gilipollas. Así me respondió y acto seguido colgó,
dejándome colgado a mí.
Como ya se imagina tiré de agenda y en efecto me había equivocado. Se ve
que un número me había “bailado” al marcarlo.
Por supuesto que admito y comprendo que una llamada equivocada, en
determinados momentos y circunstancias, puede resultar molesta, pero estarán
conmigo que el tipo se había pasado bastante. Y como resulta que no soy
particularmente bueno, decidí hacer lo mismo.
Ya sé que eso no está bien, lo sé, pero lo hice y hecho está. Marqué el
número equivocado (no se me había olvidado, qué curioso) y nada más descolgar
le espeté:
- Eres un hijoputa. Y colgué rápidamente. Por supuesto anoté el número
en mi agenda en la página de la ‘hache’ y a su lado puse HIJOPUTA, qué si no
iba a poner. Desde entonces cada vez que me apetecía o lo necesitaba por el
motivo que fuera, lo llamaba empleando la misma técnica.
Eres un hijoputa, le decía y colgaba rápidamente. Venía a ser como una
terapia psicológica casera y de las buenas créanme. Mano de santo se lo
aseguro, así que por ese lado bien. Lo malo es que se me acabó el chollo
psicoterapéutico, cuando me enteré de la existencia del servicio de
identificación de llamadas.
Un palo para mí, qué se le va a hacer. Está visto y es cierto que a
veces, Dios aprieta. Pero no lo es menos que el ingenio es fruto de la
necesidad y, mire usted por donde, tuve una feliz idea. Marqué su número de
teléfono y le dije:
- Hola, le llamo del departamento de ventas, quisiera saber si conoce
nuestro servicio de identificación de llamadas.
- No, imbécil. Me contestó el muy grosero, y colgó. Ni que decirle tengo
que me faltó tiempo para volverlo a llamar: Eres un hijoputa. Y vuelta a empezar.
Sí, Dios aprieta, pero no ahoga. (Continuará con HIJOPUTA II).
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