(Continuación) Hablando de interpretaciones de este texto, hay quienes piensan que, si bien en él se estudian los juegos antiguos, lo que subyace realmente es la defensa de una vida retirada de todo lo mundano donde, sin duda, su protagonista (don Fernando) no es otro que el propio Rodrigo en su retiro intelectual, dedicado al estudio y la paz del espíritu, allá en su finca La Maya del campo utrerano.
Una obra excepcional para su época y relevante por lo que tiene de precursora de la etnología de los juegos y los deportes, pues no en vano implica un significativo cambio en la concepción cultural de la infancia.
La tradicional concepción pedagógica del humanismo temprano es
intercambiada por una valoración intrínseca de la niñez y sus juegos, ¿un
principio pedagógico?
Un
hombre bienquisto
Por la documentación existente sabemos que en esta muy culta Sevilla de su época -casi con toda seguridad la ciudad a orillas del Guadalquivir era entonces el foco “humanista” español más luminoso-, nuestro licenciado no tuvo más que amigos y compañeros de artes y oficios a los que apreciaba y respetaba, como éstos a él dado su afable carácter, facilidad para la conversación y generosidad en el intercambio de ideas y proyectos.
Mención aparte para el malevo oidor Marqueño -que
le perseguía al igual que a sus deudos y del que tan justamente se duele en sus
cartas-, pero a lo que iba, en esta Sevilla “en la que se sabía entonces más
que en Madrid”, Caro era un hombre de buena fama y generalmente
querido, considerado, estimado y reputado, no siendo pocos los coetáneos
destacados que así lo consideraron.
Empezando por su amigo más íntimo, el pintor Francisco
Pacheco, suegro de Velázquez, un hombre erudito, artista e
historiador con quien acudía a la tertulia que el tío de Pacheco, canónigo para
más seña, mantenía en su casa y en la que solían estar presentes muchos de los humanistas
de la época.
Una tertulia más entre otras, junto a academias literarias y artísticas, que desde finales del siglo XVI y especialmente desde los primeros decenios del XVII proliferaron en los círculos cultos sevillanos.
Como la tertulia del III duque de Alcalá de los Gazules en el palacio conocido
como Casa de Pilatos, donde acudía acompañado de Pacheco, el
poeta Juan de Arguijo y el célebre geógrafo, cosmógrafo mayor y
catedrático de Matemáticas de la Casa de Contratación, su también amigo Antonio
Moreno Vilches.
Sin olvidarnos de Fernando de Herrera “el Divino”,
que cuenta con una plaza y un IES en nuestra ciudad con su nombre, o el
poeta y erudito Francisco de Rioja, sí el titular de la céntrica calle y
a quien se le atribuyó por mucho tiempo la ‘Canción a las ruinas de Itálica’
de nuestro arqueólogo, un feo asunto de autoría. Pero a qué dudar que Caro
fue un hombre bienquisto. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] El original de esta entrada fue publicado el 21
de abril de 2025, en la sección DE CIENCIA POR SEVILLA, del diario digital Sevilla Actualidad.
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