Escribo esta columna, mientras languidece la luz de la tarde agosteña del día 31.
El último de un mes que debe su nombre al primero de los emperadores romanos,
César Octavio Augusto.
Cuentan que se le puso en su honor, porque algunos de los más afortunados acontecimientos de su vida, ocurrieron precisamente en este mes. Todo un detalle. A qué dudarlo.
Un mes, agosto, y una fecha, la del 31, significativas para muchos españoles. Resultan ser el lugar común para la gran mayoría, a la hora de decidir la fecha que marca el
fin del veraneo.
Por supuesto que dicha decisión es sólo un convenio social, pero estarán conmigo que es un convenio muy, muy, consensuado. Con su llegada se acaban las vacaciones.
O casi. Es así. Casi todo el mundo lo sabe, y muy bien a su pesar. Adiós veraneo. Adiós.
Pero su llegada nos deja en la puerta un nuevo mes,
septiembre.