Por la documentación existente, el
mito y la
realidad camaleónicas, ambas juntas, nos vienen de lejos. De la antigua
Grecia.
Ya en el siglo IV a.C, el gran
Aristóteles (384-322 aC.) había escrito sobre este animal y, sorprendentemente, tocaba algunas de las teclas correctas sobre cual podía ser la causa del reptilero cambio de color.
Según el sabio se podría deber al miedo, a la agresividad o a diversos factores psicológicos que él no llegó a detallar, pero que apuntaba.
Por esta vez no andaba descaminado el hombre, pero por desgracia su idea no caló lo suficiente entre sus congéneres.