(Continuación) Resulta que es en este ínterin de su vida, en concreto en 1595, cuando un joven Rodrigo de apenas 22 años visita por primera vez las ruinas de Itálica y se enamora perdidamente de ellas.
Se inicia así un
idilio que durará toda su vida y en el que une arte y ciencia, arqueología y
poesía; una pasión, por lo que hoy ya es una disciplina científica asentada y
conocida como arqueología, de la que podemos considerarlo todo un
precursor.
No en vano, en aquellos entonces de finales del XVI se trataba
de poco más que un nuevo y casi lúdico campo de conocimientos que estaba, como
quien dice, en pañales.
Un momento de la historia humana, esas postrimerías del
siglo, en el que confluyen el comienzo de la Edad Moderna, el renacimiento de
las artes y una especial mirada hacia la cultura clásica; una cargada de ideas
humanistas que recorre buena parte de la civilización occidental, provocando
que muchos estudiosos se interesaran por ese periodo clásico de Grecia y Roma.
Humanista
y arqueólogo coleccionista
Un pensamiento que, por supuesto, también atrapa a Rodrigo y le hace compaginar sus innatos y eruditos intereses históricos, literarios y arqueológicos con el ejercicio de su sacerdocio, de modo que en su persona vocación espiritual y pasión material van de la mano.
Una rara mezcolanza de actividades que ayudó a compaginar
en buena medida su otro cargo eclesiástico, el de visitador general del
arzobispado, una labor itinerante como abogado de la iglesia que le obligaba a
recorrer vastas zonas para el asesoramiento legal de parroquias y conventos de
monjas en diferentes localidades de Sevilla, Cádiz y Huelva.
Desplazamientos que él aprovechaba para visitar e
investigar el pasado de algunas de estas localidades, recabando datos
documentales e incluso haciendo sus pinitos como arqueólogo, anticuario y
coleccionista, al recoger muestras de los diferentes yacimientos arqueológicos
que encontraba.
Por diferentes crónicas sabemos que en su casa de Utrera y después en la de Sevilla fue montando una especie de museo en el que albergaba todo tipo de hallazgos arqueológicos y curiosidades que encontraba en sus desplazamientos, además de una imponente biblioteca con obras de los autores más dispares.
Un
arqueólogo científico
Una colección compuesta de restos arquitectónicos,
esculturas marmóreas, bronces, urnas, inscripciones, joyas, cerámicas,
estatuillas, lucernas, vidrios, monedas, etcétera. En fin, eran otros tiempos.
A él debemos el erudito trabajo de demostrar, y sin lugar
a dudas, que su patria chica fue la antigua Siarum, cuyas ruinas situó
en los Campos de Sarro, en el Zarracatín cercano a Utrera, por donde el Palmar
de Troya, corrigiendo así a otros precursores que no bien leyeron un conocido
pasaje de Plinio el Viejo al respecto. (Continuara)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] El original de esta entrada fue publicado el 31 de marzo de 2025, en la sección DE CIENCIA POR SEVILLA, del diario digital Sevilla Actualidad.
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