Las asfixiantes y persistentes temperaturas de los últimos días me ofrecen
casi hecha al menos, una de las entradas blogueras de hoy si no dos, que ya
veremos cómo discurre la cosa calórica. Y es que a nadie escapa que hemos
pasado por un fenómeno meteorológico que llaman ola de calor, o eso dicen.
Una expresiva expresión de la que, a pesar de la facilidad con la que la
usamos, no todos la empleamos bien ni tenemos claro su verdadero significado. Y
es evidente que, habiendo nacido el blog con vocación servicio, no podemos por
menos que aprovechar la oportunidad.
¿Hemos pasado por una ola de calor o sencillamente hemos vivido un episodio
de calor habitual del verano, sólo que en esta ocasión ha sido en las
postrimerías primaverales? Recordar una vez más que no siempre coincide lo
astronómico con lo meteorológico. La ciencia académica con la ciencia popular.
¿Qué se
entiende por ola de calor?
Para empezar la respuesta, desde el punto de vista científico, a la humana pregunta,
la verdad es que es algo decepcionante. Resulta que no existe una definición
precisa para este fenómeno primordialmente de canícula, lo que no significa que
no exista cierto consenso a la hora de describirlo.
Básicamente hay coincidencia en que se trata de una serie de episodios de
temperaturas anormalmente altas, que se mantienen durante varios días, afectando
a una zona geográfica significativa por tamaño y con consecuencias sanitarias sobre
la población.
Ahora bien, hablar de ciencia es hablar de medida ¿Qué valor tienen que
alcanzar las temperaturas para poder considerarse ola de calor? ¿Durante cuántos
días tienen que mantenerse? ¿Qué superficie debe verse afectada? ¿Cuáles son
esas consecuencias sobre la población?
Y como nos dice el poeta que todo es cuestión de medida, ¿cuáles son los
umbrales de estas magnitudes (temperatura, tiempo, superficie, incidencia) a partir
de los cuales podemos empezar a hablar de ola de calor?
Ola de calor o -no se lo he dicho, aunque ustedes seguro habrán caído en
ello- ola de frío, cuando las temperaturas
sean anormalmente bajas.
¿Cuándo
se considera que la hemos sufrido?
Estarán conmigo en que no confundo el tiempo en el que conjugo (pretérito
perfecto compuesto) el verbo sufrir en el subtítulo, pues es evidente que tras
lo dicho, hasta que no finaliza el episodio cálido en cuestión, no es posible valorar,
analizar e interpretar los distintos parámetros que nos permiten calificar el
fenómeno de ola de calor o no.
Unos parámetros que les recuerdo son: 1) temperaturas alcanzadas; 2) duración
temporal; 3) extensión geográfica y 4) consecuencias sanitarias en la población.
Que pasamos a detallar:
1. Temperaturas
alcanzadas
¿Qué valor tienen que alcanzar las temperaturas para poder considerarse ola
de calor?
A la hora de fijar los umbrales de temperatura hemos de tener presente que
los niveles térmicos registrados, tanto en máximas como en mínimas (ola de
frío), deberán alcanzar y rebasar claramente las medias registradas en la zona de
estudio y para la fecha en cuestión.
Por ejemplo un valor de treinta y siete grados Celsius (37º C) en Burgos,
bien puede ser uno de los requisitos para hablar de ola de calor, mientras que los
mismos 37ºC en Sevilla son del todo insuficientes. Es más, como bien sabemos, por
estas latitudes se trata de un valor prácticamente normal en los meses de julio
y agosto.
Es decir que según la región geográfica y la época del año, la temperatura podrá
ser o no susceptible de considerarse como extraordinaria. Y con ello no quiero
decir que se tengan que batir los registros de máximas y/o mínimas. No es
necesario, pero si fuera ese el caso, la expresión ola de calor puede ir
acompañada del adjetivo calificativo “histórica”. (Continuará)
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