A primeros del pasado mes de marzo les escribí Dos luces para ver,
donde les decía que son dos las luces que nos permiten ver: una era física,
externa y brillante; la otra mental, interna y comprensiva.
Además les advertía de que no era más que otro punto de vista sobre la verdad, en el que la ciencia tenía algo que aportar. Y es
cierto pero, aunque en aquel momento no les dije nada, mientras lo escribía,
pensé que el fenómeno de la visión también puede estar asociado a la mentira ¿Por qué se miente? ¿Para qué?
¿Qué es un mentiroso?
Respecto a esta última pregunta del subtítulo me puedo imaginar a Forest Gump, en su ingenua y genuina
sencillez (“Tonto es el que dice
tonterías”), describiéndonos con su forma pausada y concisa qué es un
mentiroso.
Pero de lo que no tengo la menor idea es sobre lo que nos diría del motivo
por el que se miente, aunque muchas veces bien a la vista que está. Tampoco
creo saber lo que el bueno de Forrest sentenciaría acerca de la intención con
la que se miente, por muy clara que a veces ésta nos parezca.
De todos es sabido que no
hay peor ciego que el que no quiere ver. Si bien es verdad que no siempre uno y
otra, motivo e intención, resultan tan evidentes.
Es precisamente lo que ocurre en una historia que leí hace ya bastante
tiempo y que, perdonen, escribo de memoria. Una memoria de la que nunca me he
fiado mucho, dicho sea de paso. Pero bueno, así y todo se la cuento.
La historia transcurre en una habitación de hospital, donde dos hombres muy
enfermos luchan con la muerte a su manera. Cada tarde, a uno de ellos, le
sentaban en la cama para así drenar el líquido de sus pulmones. Era la cama que
daba a la única ventana de la habitación. Por el contrario, el otro hombre, no
sólo debía permanecer inmovilizado, sino que tenía que hacerlo tumbado boca
arriba, por lo que no tenía visión alguna de la ventana.
Para ellos todos los días eran más o menos iguales. A lo largo de la mañana
los dos charlaban tumbados y de todo: familias, trabajos, amigos, en fin, de
todo lo que se pueda imaginar. Pero eso era por la mañana, por la tarde, cuando
el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, era sólo él quien
hablaba. Y lo hacía para contarle a su compañero, todo lo que podía ver a
través de ella.
No se lo he dicho, pero la ventana daba a un parque con un precioso
estanque y lo que le es propio. Patos y cisnes en el agua, flores de todos los
colores, niños jugando, grandes árboles recortando el paisaje, jóvenes
enamorados paseando de la mano.
Y todo se lo describía el hombre de la ventana, con minuciosos detalles,
con exquisita delicadeza, a su compañero que lo observaba y escuchaba en
silencio, con atención, como si le fuera la vida en ello. (Continuará)
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