A finales de abril pasado les escribía sobre "uno de esos días que cuentan". En
esa ocasión, aquél en el que el físico británico Joseph John Thomson (1856-1940), cuando pronunciaba una conferencia
en la Royal Institution de Londres, anunció
que los rayos catódicos estaban constituidos por unas partículas cargadas a las
que, con el tiempo, se les llamó electrón.
También les decía que éste del electrón era uno de esos casos en los que la
teoría iba por delante de la práctica, es decir, que ya existía un concepto
científico del mismo, antes de que se descubriera la partícula física.
Bueno pues de esta parte anterior de su historia (precuela) es de la que
les voy a escribir ahora, la del pronunciamiento de la hipótesis del electrón, que tuvo lugar cinco (5) años antes, en junio de 1892. Y que nos llegó de la
mano del físico neerlandés Hendrik
Antoon Lorentz (1853-1928), años después galardonado con el Premio Nobel de Física en 1902.
Estamos pues celebrando el ciento veinticinco (125) aniversario de la hipótesis
del electrón. Lo que está muy bien, aunque del electrón no fue exactamente.
Pero eso se lo cuento después.
Hipótesis
del electrón: una teoría de la materia
Les decía que muy bien porque en dicha hipótesis, lo que terminaría
llamándose electrón, no era sólo una supuesta e intrigante partícula fundamental primero y, también, elemental después. No, era algo más, de hecho bastante más.
Su concepción la convertía en la base o piedra angular de una más que
prometedora y ambiciosa teoría explicativa de toda la naturaleza, que es como
decir de toda la realidad conocida.
A partir del trabajo de 1892, Lorentz y sus discípulos se dedicaron a
aplicar esas ideas para explicar todas las propiedades
de la materia conocidas hasta el momento. Desde la conducción de la
electricidad y el calor hasta el comportamiento dieléctrico, pasando por la
reflexión y la refracción de la luz, entre otras.
Y sin pretenderlo con dicha hipótesis ponían los cimientos de nuevas y
emergentes disciplinas científicas que ya se imaginan: electrónica, ciencia de
materiales, etcétera. Una hipótesis que pasó a ser teoría cuando en 1897, J. J. Thomson demostró de forma
empírica la existencia del electrón.
Podríamos decir que el paso de hipótesis
a teoría fue como un embarazo algo
largo, cinco (5) años si echa las cuentas, pues la idea fue concebida en 1892 y
el parto no tuvo lugar hasta 1897. Y claro que en el ínterin pasaron cosas, lo
normal en todo embarazo.
Empezando por las relacionadas con el nombre de las “partículas cargadas”
que cambiaron en poco tiempo. Portadoras de la carga eléctrica de la materia y
responsables del fenómeno de la electricidad, en 1895 Lorentz las llamó “iones”,
pero tan solo cuatro años después, en 1899, fueron bautizadas con el de
“electrones”.
Vamos que en puridad, lo que Thomson descubrió fueron los “iones”
de Lorentz, no los “electrones”. Perdonen el juego de palabras.
Y continuando con basamento teórico que exigía y la influencia práctica que
tendría esta creativa idea del neerlandés.
Electrón
y electromagnetismo
La teoría del electrón Lorentz
aparece en su trabajo “La théorie
électromagnétique de Maxwell et son application aux corps mouvants (1892)” en
el que aplica la Teoría Electromagnética de Maxwell (TEM) a una carga en
movimiento en el interior de un campo electromagnético, y donde aparece la magnitud
ahora conocida como fuerza de Lorentz.
Esta teoría abogaba
además por la existencia de un éter
estacionario, cuyas vibraciones transversales sustentaban el campo
electromagnético, y de la materia ordinaria formada por moléculas que contenían
las susodichas “partículas cargadas” fundamentales y elementales. (Continuará)
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