Cómo pasa el tiempo. Han transcurrido diecisiete años desde que en la
columna de un periódico andaluz ya desaparecido, escribí sobre el nuevo
significado que por aquél entonces, tenía el término “venga”. Ya saben.
Esa acepción coloquial asociada al
momento de la despedida, tras una conversación con un conocido o amigo. Algo
más o menos parecido a esto: "Adiós Venancio, un abrazo". "¡Venga! Carlos, nos vemos".
Era entonces y lo sigue siendo ahora, una forma de hablar sin campo de
actuación propio, quiero decir, sin ningún grupo social laboral determinado y
exclusivo. No, más bien todo lo contrario.
El uso de la interjección “¡venga!”
para finalizar conversaciones, está extendido por todos los sectores de la
sociedad. Desde mecánicos y médicos, hasta profesores de Universidad y dependientes,
pasando por administrativos e ingenieros. Todos con el “venga”.
También les apuntaba entonces una impresión personal. Por el tiempo que ya
llevaba en la calle, lo del “venga” no tenía pinta de ser una moda pasajera y
por tanto efímera. En mi opinión se trataba de un uso lingüístico, que había
llegado para quedarse un tiempo entre nosotros. Como así fue.
De hecho alguien, hace unos días, me lo
recordaba sin él ser consciente de ello:
- ¡Venga! Carlos, nos vemos.
Y en cuanto lo escuché supe que tendría que escribir de nuevo y confirmar
el aserto de mi impresión. La otrora voz de moda de nuestra lengua sigue entre
nosotros y, además, se ha extendido por todo el suelo patrio. Lo digo porque la
tengo oída a madrileños, catalanes, extremeños, andaluces y gallegos.
Como ya habrán intuido a estas alturas del artículo, les reconozco que me
gusta el término. Lo veo sencillo e intimista, físicamente me agrada como suena
y, a nivel de sentimientos, me transmite cariño. Incluso me resulta cálido
cuando pasa a ser el único protagonista de la despedida, y ésta es sólo un:
“¡veeenga!” o “¡vengaaa!”.
Que las dos versiones tonales tengo oídas, aunque esa es otra historia para
contar en otro momento. (Continuará)
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