Una vez que el
verano no es más que un vago recuerdo desvanecido en la memoria, y las largas
jornadas laborales con su rutina se han abierto camino en nuestro quehacer
diario, a algunos de nosotros, a veces, nos inunda el sentimiento de la melancolía.
Un estado anímico
puntual, vago y sosegado, con cierta carga de tristeza y desinterés, que nos
sobreviene en este caso por el cambio de
estación, estando asociado sobre todo, a una baja estimulación lumínica motivada por la reducción de las horas
de sol.
Y aunque a cada
uno nos afecta de forma diferente esta particular melancolía, para la mayoría
no será más que una adaptación al cambio de estación, que al principio nos
producirá cansancio y desgana pero que, en poco tiempo, la pereza pasará y
disfrutaremos de los placeres otoñales que evidentemente existen.
Pero si estos
síntomas persisten, entonces precaución, hay que tomar cartas en el asunto pues
puede ser grave. De hecho, hasta tiene nombre clínico, Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Y es que una cosa es la
tristeza y otra la depresión.
En psiquiatría, la depresión estacional es ‘un patrón recurrente de cambios anímicos y
conductuales, que suceden en determinadas épocas del año remitiendo en otras’. Determinadas
porque, si bien lo más habitual es que se presente en otoño y desaparezca en
primavera, también existe la variante veraniega.
Los estudios
realizados sobre el TAE nos dicen que afecta entre el 1%-10% de la población,
es más frecuente en mujeres, aparece entre los 20 y los 35 años, y es más común
en zonas geográficas con poca luz solar, si bien últimos estudios apuntan a factores
como la dieta y la genética.
Por su parte los
síntomas son variados. Desde cansancio, dificultad para levantarse de la cama, o
no disfrutar de las pequeñas cosas diarias. Hasta intensos deseos por alimentos
altos en carbohidratos con el consiguiente aumento de peso, y la aparición de
sentimientos de culpa y pensamientos de muerte.
Pasando por
reducción de la capacidad de concentración y desgana a la hora de mantener
relaciones sociales. Síntomas todos que, en mayor o menor grado, pueden causar
un enorme sufrimiento por lo que es esencial reconocerlos para pedir ayuda lo
antes posible. Caución.
Naturalmente hay
remedios. Para la simple tristeza otoñal, nos vendrá bien practicar deporte,
cuidar la dieta, buscar la luz del día, controlar el estrés y nuestro ritmo
circadiano, socializarnos, etcétera. Pero si la melancolía se instala en
nuestra vida y no nos abandona, entonces habrá que ponerse en mano de
profesionales para abordar este trastorno.
En ese caso fototerapia, psicoterapia y farmacoterapia
son vías de tratamiento adecuadas. Les dejo con una cita de Victor Hugo que me gusta: “La melancolía es la felicidad de estar
triste”.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] Esta entrada apareció publicada el 30 de noviembre de 2018 en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer.
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