Desde hace ya bastantes años,
demasiados quizás, y de forma casi ininterrumpida, mantengo la didascálica costumbre
de dar alguna que otra conferencia a lo largo del curso académico.
Primeros pasos
En realidad, son tantos años
ya, que ni recuerdo dónde fue la primera vez, ni de lo que hablé. Como se lo
estoy contando, sencillamente, lo he olvidado. Un doble y selectivo olvido, el
qué y el dónde, que no ha sucedido con tres recuerdos que me acompañan, dos de
los cuales, por lacerantes, aún me mortifican. Se los cuento.
Uno fue el miedo que pasé
antes de empezar a hablar por primera vez, tal era mi complejo de inferioridad
cuando me vi allí frente a un auditorio. Otro, el pánico que se apoderó de mí mientras
pronunciaba las primeras palabras, tal fue la sensación de exhibicionismo
personal que sentí como conferenciante.
Ni que decirle tengo que esta
primera experiencia fue un desastre, o por eso la tengo. Vamos para olvidarla. Algo
que por suerte o desgracia no ha ocurrido, aquí me tiene, pues ha pasado el
tiempo, sigo hablando de ella y, lo que es peor aún, continúo sin comprender
cómo fui capaz. Será que es cierto aquello que se dice, que una cosa es el sentimiento
del miedo y otra el vicio de la cobardía.
Y que por supuesto no son equivalentes
ni intercambiables, sensación y comportamiento. Innato e involuntario el
primero, también innato pero controlable por la voluntad el segundo. Y precisamente
en la capacidad humana de la voluntad está el salto cualitativo que nos
diferencia de otras especies. Por esto somos humanos, bueno también porque
tenemos culo, pero esa es otra historia sobre la que habrá que reflexionar en
otro ‘Punto de vista’.
Uno, otro y, ahora, estotro. También
recuerdo el escaso número de personas que acudió, lo sé porque antes de empezar
las conté, tan nervioso estaba y tan poca gente había. En concreto diez, sí dos
manitas, aunque bien es cierto que, ya empezada, entraron cinco más, así que
tuve un total de quince, la niña bonita.
Pero como dijo aquél, tampoco
está tan mal que con menos hizo Jesús de
Nazaret una revolución. Ya, lo sé. Fue lo primero que se me ocurrió a modo
de autoconsuelo, pero estará conmigo que la comparación es impropia e insostenible.
Él era Jesucristo, el ungido.
Así que no me consoló en lo
más mínimo el pensamiento al inicio de la conferencia, y lo que les dije. Para
olvidarla. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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