domingo, 13 de abril de 2025

Síndrome de Jerusalén: Orígenes

Visto con la perspectiva que da el tiempo y en puridad, el origen de este enroque que hoy le traigo arrancó un tempranero Domingo de Ramos, entonces cayó en 25 de marzo, de una Semana Santa sevillana hace de esto ya siete años, y en plena calle Sierpes.

De aquellos polvos, estos lodos

En realidad, no fue más que una mínima pincelada médico-religiosa que, por motivos que no hacen al caso, no ha tenido continuación bloguera hasta primeros de este abril y vinculada, de manera muy colateral, con el término Armagedón en sus diferentes acepciones; nada significante en realidad para los intereses que nos traen ahora, pero causa de su presencia.

Porque el auténtico desencadenante de estas líneas ha sido la charla reciente de un buen amigo, psiquiatra y conferenciante sobre la influencia de la mitología en la medicina, y en la que mencionaba el síndrome de Jerusalén entre otros.

Lo hacía como uno de los “síndromes viajeros” más importantes, junto al síndrome de Stendhal (o de Florencia) y el síndrome de París, pero que él traía a colación en su conferencia sobre todo por su naturaleza psico-religiosa.

Bueno, pues tras este circunloquio introductorio voy a lo mollar que no es otra cosa, ya se lo imagina, que el síndrome de Jerusalén, expresión que empiezo a desarrollar por el final, por la Ciudad Santa geográficamente ubicada entre la rivera norte del mar Muerto y el mar Mediterráneo, allá en el Oriente Próximo.

Destino: Jerusalén 

Ciudad de la que ni decir tiene cuenta con una más que notable y vital carga histórica y mística -no en vano es lugar sagrado para judíos, cristianos y musulmanes- pero sobre la que, por desgracia y más a menudo de lo deseable, cuando la gente piensa en viajar a ella, lo hace de una singular manera.

Una en la que imagina el lugar antiguo y santo descrito en las Sagradas Escrituras, ya sabe, el Muro de los Lamentos, la Iglesia del Santo Sepulcro o la Cúpula de la Roca, una imagen mental que, cuando está allí, no coincide exactamente con lo que ve.

La realidad observable no solo resulta ser más amplia que la imaginación observada sino, sobre todo, diferente; diferente porque lo que aparece ante sus ojos -además de las calles, edificios y rincones imaginados e impregnados de historia de una ciudad antigua y sagrada- es también su modernidad, cargada de no pocas tensiones sociopolíticas generadas durante siglos, desde los tiempos bíblicos hasta la actualidad. (Continuará)

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

 


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