[Esta entrada apareció publicada el 11 de diciembre de 2020, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Es un hecho no muy conocido que Albert Einstein, antes de recibir el Premio Nobel en Física, estuvo nominado nada menos que sesenta y dos veces a lo largo de doce años, que se dice pronto, desde que fuera propuesto en 1910 por el químico Wilhelm Ostwald y casi siempre por su Teoría de la Relatividad. Se dice pronto pero no por ello se lleva la palma.
Con posterioridad le
superó Otto Stern, nominado en ochenta y dos ocasiones antes de obtener
el Premio Nobel en Física de 1943, y les gana a todos por ahora el
también físico alemán como ellos, Arnold Sommerfeld, uno de los padres
de la teoría cuántica. Quien entre 1917 y 1951 fue propuesto hasta
ochenta y cuatro veces -solo en 1929 tuvo nueve nominaciones-, pero nunca fue
premiado con la preciada medalla.
Pero volviendo a nuestro genio relativista, no es el anterior el único hecho poco conocido y asociado a la concesión del laureado galardón. Resulta que con esos antecedentes nominativos -y la confirmación experimental que Arthur Eddington hizo de la relatividad general einsteniana, durante el eclipse solar de noviembre de 1919- no fueron pocos los exégetas que pensaron que en 1920 sí se lo darían. Al fin y al cabo, había pasado ya década y media de su ‘annus mirabilis’ y, no en vano, estamos hablando de la segunda teoría más importante de la física. Bueno, pues no se le concedió.
Hubo prejuicios en
contra de él (“Era judío y socialista… era internacionalista y pacifista”) y de
su teoría relativista que, a base de no comprenderla, la consideraban errónea
(“La relatividad no era física. Trataba de tiempo y espacio, por lo tanto, era
metafísica. Y la metafísica es filosofía y la filosofía no es física. Entonces,
¿cómo podían darle un premio de física?”).
El caso es que ante el estupor de toda la comunidad científica se lo concedieron a un discreto Charles E. Guillaume. Incluso quienes se oponían a la teoría de la relatividad, encontraron extravagante esta concesión del Premio Nobel en Física de 1920.
Y al año siguiente no
marcharon mejor las cosas. La escasa estima personal en la que se tenía a
Einstein en determinados sectores, prevaleció sobre el enorme valor de su
aportación científica y hete aquí que el Nobel de 1921 quedó ‘desierto’.
‘Desierto’ aunque se lo terminaron concediendo, si bien no por su mayor descubrimiento,
y además no se lo entregaron hasta el año siguiente.
Una ceremonia
celebrada en 1922 a la que el genio no pudo, o no quiso, asistir. Albert
Einstein, Premio Nobel en Física de 1921, ‘por sus aportaciones a la
física teórica y, especialmente, por el descubrimiento de la ley del efecto
fotoeléctrico’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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