jueves, 24 de octubre de 2019

¿Qué es el ‘Fuego de San Telmo’? Ciencia, siglo XVIII (y 2)

(Continuación) Franklin lo explicó utilizando el concepto de efecto punta, un fenómeno eléctrico que se pone de manifiesto en los objetos puntiagudos, al acumularse las cargas eléctricas en sus puntas lo que las convierte en atractores de la electricidad de la nube hacia la tierra, justo en esos momentos en los que nos acordamos de Santa Bárbara. O sea, cuando el cielo pinta gris, gris oscuro, gris oscuro casi negro.

Pararrayos de Franklin
Un efecto punta con muchas aplicaciones entre las que se cuenta uno de los inventos del prolífico Benjamin Franklin, el conocido pararrayos de 1753, si bien existen evidencias de que éste también fuera desarrollado de forma independiente en Europa por el canónigo y científico checo Prokop Diviš (1698-1765) hacia 1754.
Unos pararrayos para protegerse de la caída de los rayos que inicialmente consistían en una varilla de acero de unos dos metros (2 m) de largo, que se instalaba en los tejados y partes altas de los edificios y que estaba unida a tierra por medio de un cable conductor. Franklin incluso llegó a fundamentar el fenómeno en una teoría del fluido único, según la cual existen dos tipos de electricidad atmosférica: la positiva y la negativa, y lo dejó aquí.
Lo cierto es que el invento, en este momento de la revolución industrial, causó furor en la sociedad hasta el punto de llegar a diseñarse y poner a la venta, unos coquetos paraguas con pararrayos incorporado para protegerse de las descargas, que la gente utilizaba ajenas al riesgo que corrían de electrocutarse. Algo inconsciente y temerario sí, pero es lo que tiene la ignorancia que es osada.
Pero es que también, en el otro extremo del saber, el científico, ocurría tres cuartos de lo mismo, y para ello basta recordar aquí al que está considerado como el primer mártir eléctrico. El ya enrocado físico alemán Georg Wilhelm Richmann (1711-1753) quién en 1753, y siguiendo las investigaciones B. Franklin para verificar el efecto de protección, recibió una descarga eléctrica mortal, mientras trabajaba en parte de la instalación de un pararrayos.
“Fuego que no ardía”
Teniendo en cuenta este efecto punta del científico e inventor estadounidense, se comprende que el fuego de San Telmo se observara al principio y con cierta frecuencia en el mar, y que fueran los navegantes los primeros en saber de ellos, puesto que se formaban en los extremos de los mástiles de los barcos. Unos mástiles que, aunque parecían estar en llamas, no se quemaban.
Recordemos el “fuego que no ardía” del evolucionista Charles Darwin (1809-1882), en esa carta que escribe en 1832 a su amigo y mentor J. S. Henslow (1796-1861), mientras viajaba por el río de la Plata a bordo del HMS Beagle, en su famoso y decisivo viaje de casi cinco años.
Por cierto que el naturalista inglés, en dicho viaje, llevaba en su equipaje un ejemplar del diario de Antonio Pigafetta (1480-1534) escrito casi trescientos años antes, lo que nos da una idea del valor científico del texto. Pigafetta iba como cronista en la Expedición de la Especiería y la Primera Vuelta al Mundo (1519-1522) de Fernando Magallanes (1480-1521) y Juan Sebastián Elcano (1476-1456), y en él aparecen también recogidos los fuegos de San Telmo. (Continuará)
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