(Continuación) Así los describiría, dentro del mundo clásico
también, tanto el naturalista Plinio el Viejo (23-79) en su Naturalis
historia -asociando el fuego de San Telmo con estrellas en las vergas de
los barcos, de uno en uno o de dos en dos-, como Julio César (100-44) en
su obra De bello Africo (Sobre la guerra de África).
Dos reseñas históricas que nos llevan, ya en el siglo XVI
y siguiente, a nuevas referencias del fuego del santo. Por ejemplo, durante su
segundo viaje a América, el navegante Cristóbal Colón (1451-1506) en
medio de una tormenta los vuelve a ver, como así lo dejó escrito (1493) su hijo
Hernando Colón, que consideraba al citado fenómeno como señal de buen
augurio: “Donde se aparezca, nada puede peligrar”.
Y por supuesto en la Expedición de la Especiería y
la Primera Vuelta al Mundo (1519-1522) de Fernando Magallanes
81480-1521) y Juan Sebastián Elcano (1476-1456), aparecen recogidos
los fuegos de San Telmo en el diario de Antonio Pigafetta (1480-1534).
Referencias
científicas
Pero no es hasta el siglo XVIII, cuando el polímata
estadounidense Benjamin Franklin (1706-1790) determina, en 1749, que la
naturaleza de los fuegos de San Telmo es eléctrica. Es la primera
referencia explicativa y científica del fenómeno, y sobre la que volveremos.
Hay que esperar casi un siglo más, después de la del que
está considerado como uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, para
encontrar una nueva referencia y ésta nos viene de la mano del evolucionista
inglés Charles Darwin (1809-1882), ya en el XIX. Aparece en una carta que
el naturalista inglés escribe en 1832 a su amigo y mentor J. S. Henslow
(1796-1861), mientras viajaba por el río de la Plata a bordo del HMS
Beagle, en su famoso y decisivo viaje de casi cinco años.
En la carta muestra su asombro por el “fuego que no
ardía”. Bien vista, más que científica habría que decir que es de un
científico, pero bueno.
Referencias
artísticas
Tampoco faltan, por ejemplo, en el campo de la literatura,
existen claras alusiones a él. Para empezar nada menos que en todo un clásico
de la literatura universal como es Moby Dick (1851), escrito por el
estadounidense Herman Melville (1819-1891), donde nos remite a esa
escena en la que una lengua de fuego surgió en lo alto del palo mayor y los
mástiles del barco ballenero parecían arder en mitad del océano.
Y poco más de una década después otro clásico, Viaje
al centro de la Tierra (1864) del escritor francés Julio Verne
(1828-1905), archiconocido por sus novelas de aventuras y la influencia que
tuvo en el género literario de la ciencia ficción.
Y cambiando de siglo, en el XXI, habría que citar Náufragos
del holandés errante (2001) del escritor inglés Brian Jacques
(1939-2011) donde también se le cita, y que está basada en la leyenda del
barco fantasma Flying Dutchman, ‘El holandés errante’ que nunca puede tocar
puerto, condenado a navegar por los océanos para siempre. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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