‘El Gran Luciano’. Es como era conocido quien representaba al típico cantante
lírico italiano con no pocos de sus tópicos: enamorado de la pasta y el buen
comer (estaba demasiado grueso), coqueto y extrovertido (se teñía
exageradamente el pelo), dicharachero y simpático (una permanente sonrisa mostraba
su perfecta y blanqueada dentadura) y sexualmente muy activo (sin comentario).
Escrito así parece que estuviera dicho casi todo de él, pero no podemos obviar
que durante años y como nadie cautivó el corazón del gran público y, por
supuesto, no lo logró únicamente con tópicos.
Pavarotti era grande no sólo por su masa corporal, tenía una inconmensurable
voz de tenor que era bella, única e inconfundible, pero no era la mejor, en
absoluto. No tenía la versatilidad de Domingo ni el contagioso candor de
Carrera ni la perfección de Kraus, pero tenía un poco de todos ellos, bastante dirían algunos entendidos, de ahí que fuera
diferente su forma de cantar. Por otro lado, fue también fue el más grande por
su sencillez, sentido del humor, simpatía y proximidad lo que quieras que no,
ayudó a su éxito.
Próximo con el público y la música
popular, no dudó en acercarse a otros géneros musicales, llegando a fusionar la
ópera con otros ritmos y no siendo pocos los dúos que hizo con cantantes como Ricky
Martin, George Michael, Bono, Sting o Lionel Richie,
con los que supo disimular su extraordinario ‘do de pecho’. Y cuando no llevaba
su voz al pueblo le trasladaba la ópera misma, transportando la lírica desde el
terciopelo de los teatros hasta el cemento de los estadios, haciéndola
accesible a todos.
Una extravagancia al decir de
otros músicos, y si lo dicen, ellos sabrán. Pavarotti, hijo de un panadero
amante de la ópera, planeó retirarse en 2005 con una gira mundial, pero por
desgracia la enfermedad hacía su aparición en 2006 y el pasado año del Señor de
2007 se lo llevaba. Dejó dicho: “Espero ser recordado como cantante de época,
como representante de una forma de arte”. Sin duda que es recordado así.
Pavaroti en Sevilla. En una sola ocasión, el 13 de mayo de 1991, actuó en la ciudad y lo
hizo con motivo de los acontecimientos previos a la ‘Expo 92’, dentro
del ciclo inaugural del Teatro de la Maestranza. Aunque ya no estaba en
su mejor momento, un público entusiasmado le esperaba entregado y el divo dio
todo lo que de él se esperaba. Su impactante presencia escénica, su ancho y
desgarbado frac, su arrolladora simpatía, su largo y blanco foulard enjugador
de sudores líricos y, por supuesto, sobre todo, su maravillosa voz.
Al decir de los que pudieron de
escucharlo en el teatro (las presiones para conseguir una invitación fueron de
campeonato), el recital fue memorable, apoteósico e inolvidable. Casi tres
horas en las que el tenor cantó todo lo que quiso, lo mejor de su repertorio, y
en el que un público enfervorizado mantuvo durante cuarenta y dos minutos entre
aplausos, ovaciones, bises y rosas rojas.
Un final de récord aún no superado
por nadie, aunque
seguido muy de cerca por la gran Teresa Berganza con treinta y nueve
minutos. (Continuará)
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si desean ampliar información sobre ellas.
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