(Continuación) Unos datos incompatibles con el aristotélico modelo geocéntrico, de trayectoria circunferencial y rapidez uniforme, y que, para más inri, no son los únicos que esta teoría no explicaba; tampoco lo hacía con la variación de tamaño y la luminosidad de ciertos “planetas”.
Movimientos retrógrados: Epiciclos y deferentes
De ahí que, en el siglo II,
el alejandrino Ptolomeo perfeccione el sistema de órbitas propuesto por
el griego Hiparco (190-120 a. C.), que a su vez había sido formulado originariamente
por Apolonio de Perga a finales del siglo III a. C. (Nihil novum sub
sole, del clásico)
El mismo por el que los
planetas realizaban pequeños movimientos circunferenciales, epiciclos,
alrededor de un punto imaginario que se desplazaba alrededor de la Tierra,
recorriendo una circunferencia perfecta, deferente.
Un modelo que no solo permitía explicar mucho mejor las variaciones, en velocidad y dirección, del movimiento aparente de la Luna, el Sol y los planetas (trayectorias elípticas), y en particular la ya comentada retrogradación de Marte. Sino que, añadiendo más epiciclos, era posible describir cualquier pequeña anomalía que el modelo no hubiera predicho correctamente. O sea que no silentes pero sí errantes.
Almagesto, 148
Toda esta obra colectiva la
recogió Ptolomeo en el Almagesto (148), que
pasó a ser el tratado oficial sobre la astronomía occidental durante los
catorce siglos siguientes. Compuesto de trece (13) volúmenes, en él aparece el orden
de los “planetas” vistos desde la Tierra, conforme aumenta la distancia: Luna,
Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las estrellas fijas.
Y también otros cuerpos celestes que los griegos conocían, como: la constelación de la Osa Mayor o la de Orión, entre muchas otras; el cúmulo estelar Pléyades o la estrella Sirio. Sin duda alguna, llama poderosamente la atención, la exactitud de los valores astronómicos obtenidos por estos observadores.
Ponen de manifiesto una
extraordinaria capacidad de medida pues, en algunos casos, no desmerecen a los
obtenidos con los avances de la tecnología actual. No es de extrañar por tanto que,
desde un punto de vista histórico, la astronomía griega estuviera dominada por Aristóteles
y Tolomeo.
Ellos aportaron unas ideas
sobre el cosmos y concibieron un modelo mecánico (geocéntrico) acerca de su estructura
y funcionamiento que, a pesar de ser incorrecto, llegó a dominar el pensamiento
científico durante casi dos milenios.
En pleno auge del Renacimiento
Para que fuera descartado, hubo que esperar al prusiano Nicolás Copérnico (1473-1543) y su revolucionaria teoría heliocéntrica solar, publicada en su libro De revolutionibus orbium coelestium (1543), punto de partida de la astronomía moderna. (Continuará)
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