(Continuación) Acusados de diez cargos en primera instancia -llegaron a ser setenta y tres a lo largo de los cinco años largos que duró el proceso-, la razón formal y motivo principal y cierto no fue otro que la preferencia que mostraron los agustinos por el texto hebreo del Antiguo Testamento.
Una lectura predilecta en vez de la versión latina del romano y padre de la exégesis bíblica San Jerónimo (340-420), la Vulgata del año 382, que fue adoptada por el Concilio de Trento, un ecuménico desarrollado en veinticinco sesiones de manera discontinua entre 1545 y 1563.
Claro que en la denuncia
también contaron unas traducciones realizadas sin la autorización eclesiástica
pertinente, consideradas demasiado libres y obscenas por la Inquisición. Entre ellas la de un texto de El Cantar
de los Cantares, el más lirico de los libros sagrados.
‘…humanos, demasiado humanos’
Pero en el fondo, lo que subyacía en el proceso y encarcelamiento -más que ver con elevadas disputas por cuestiones teológicas, lo que hubiera estado bien-, guardaba relación con algo más mundano, y ya no tan bien, como eran las continuas disputas que se vivían en la Facultad de Teología entre agustinos y dominicos, cada vez que había que cubrir una cátedra vacante.
Envidias,
rencillas y luchas entre órdenes religiosas, en las que se empleaba de todo:
desde duros enfrentamientos grupales, hasta graves descalificaciones
personales, pasando por insultos y alusiones de todo tipo. En fin.
Eran religiosos, sí, pero
también eran humanos, demasiado humanos al decir del filósofo, y sabido es que
‘para hacer mal cualquiera es poderoso’. El caso es que al final, y gracias a
Dios que dirían algunos, fueron absueltos.
Fray Luis de León (1527/28-1591) quedó liberado, restituido a su plaza académica y es entonces cuando dicen que dijo el susodicho latinajo, para muchos, sinónimo del deseo de borrar todo aquello que no tendría que haber sucedido nunca.
Y justo aquí acaba la
verdad de la historia y empieza la mentira, la mentira de la verdad, resumido
en ese primer día que supuestamente se incorporó a su antigua cátedra y, desde
su pequeño púlpito, empezó la clase con el consabido “Dicebamus hesterna
die…”.
Una frase apócrifa
No obstante, todo lo
investigado apunta a que ésta nunca salió de los labios luisianos, jamás la
pronunció en este contexto de referencia. Esa es la verdad de la mentira y en
el argumentario de esta hipótesis negativista aporto el valor de la prueba o,
bien dicho, de la ausencia de la prueba. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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