viernes, 22 de noviembre de 2019

‘La actriz’ de Oscar Wilde (y 2)

(Continuación) Ahora que estaba llamada a lidiar con la realidad, extrañaba las indicaciones del director de escena y las palabras del dramaturgo. Nunca hasta ese momento había hecho nada sin ellas, y descubrió con horror que era del todo incapaz de actuar en el mundo real.
Un día, mientras recorría su salón de un lado a otro, fue a visitarla el gerente del teatro donde solía actuar. La actriz principal de la obra que montaba en ese momento había caído enferma de repente y, desesperado, venía a preguntar si la actriz podría interpretar el papel como un favor personal. Como hacía tiempo que no actuaba y ahora entendía que su arte le había fallado, la actriz rehusó.
- ¿ Qué tengo yo que ver -le preguntó al gerente- con los títeres de la obra, los decorados pintados y los escenarios vacíos?
Sin embargo, ya que para él representaba una buena suma de dinero, el gerente insistió. ¿No querría ella, al menos, leer el libreto?
La actriz accedió sólo para librarse de él. Quedó impresionada al descubrir, después de leer tan sólo unas cuantas páginas, que la tragedia de la obra era idéntica a la tragedia de su vida. Los personajes y la trama eran exactamente iguales, y el desenlace también ofrecía una solución a sus problemas.
De este modo acudió el destino en auxilio de la actriz, bajo la forma de libreto, y ella decidió aceptar el papel para dominar cada detalle de la situación. Así que estudió su papel y muy pronto representó la obra ante un público numeroso. Su actuación fue, sin duda, la más grande de toda su carrera, y al final recibió cuatro ovaciones de pie y nueve ramos de flores.
Al salir del teatro, una vez terminado todo, los gritos del público retumbaban aún en sus oídos. Una profunda ansiedad amenazó con embargarla cuando llegó a la puerta de su casa cargada de flores, puesto que había derramado su alma ante el público.
Al entrar en casa notó que se habían preparado dos sitios en la mesa del comedor; recordó entonces que aquella era la noche en que se decidía su destino.
En ese preciso instante, el hombre al que había amado tanto y por el que había sacrificado su arte entró con parsimonia en la habitación. Con una sonrisa en los labios, le preguntó si llegaba a tiempo para la cena. Después de consultar el reloj, ella respondió:
- Llegas a tiempo para la cena. Pero -agregó mirándolo directamente a los ojos- también llegas demasiado tarde’.
Oscar, siempre Wilde, y sus cuentos orales.
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