jueves, 21 de noviembre de 2019

‘La actriz’ de Oscar Wilde (1)

Más de tres años sin traerle a quien sin duda es un autor con cuentos, y de quien hace poco más de un mes celebramos el 165 aniversario de su nacimiento. Me refiero, claro, al irlandés Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, conocido como Oscar Wilde (1854-1900) y de quien en puridad hace un par de semanas les enrocaba una columna del semanario Viva Rota, donde colaboro desde mediados de junio del pasado año, 2018.
Bueno pues el de hoy es otro de esos cuentos suyos, supuestamente improvisado en sus muchas reuniones sociales entre amigos que, deslumbrados por su temática y exposición, se encargaron de transcribir ante la pasividad de él por hacerlo. Como ocurre en el resto de ellos, éste también goza de la perversa ingenuidad y del brillante ingenio del mejor Wilde.
‘Había una vez una gran actriz que había perfeccionado tanto su arte que todo el mundillo teatral estaba rendido a sus pies. Para ella, como para todo artista de genio, su arte se convirtió en la única realidad de la vida, y su curiosidad por el mundo, más allá del teatro, era absolutamente nula.
Un día, sin embargo, conoció a un hombre del que se enamoró apasionadamente. Entonces, todo su arte y hasta la adoración del público le parecieron insignificantes. Aun cuando ella le aseguró al amante que su corazón le pertenecía por completo, él llegó a sentirse terriblemente celoso de un público que a la mujer ya no le importaba. Así que un día, no pudiendo contener más sus celos, le imploró que dejara los escenarios.
Ahora que su amor la había llevado a hartarse un poco del teatro y de sus penumbras irreales, la actriz era capaz de sacrificar su arte sin muchos reparos. “El amor es mejor que el arte”, se dijo, “mejor que la fama, mejor que la vida misma”. Así que decidió abandonar el teatro y todos sus maravillosos triunfos para dedicarse en cuerpo y alma al hombre al que amaba.
El tiempo pasó y, aunque en un principio fueron benditamente felices, llegó el momento en que el amor del hombre comenzó a marchitarse y murió. Desde luego, era incapaz de ocultar esto a la mujer que había renunciado a todo por él. La actriz, al comprender que el hombre ya no la quería, sintió que una gélida brisa nocturna caía sobre ella y que un sudario gris de desesperación la cubría de pies a cabeza.
Puesto que era una mujer valiente, se obligó a afrontar la situación sin rodeos, aunque la claridad de su mirada le hiriera el corazón. No sólo veía con nitidez que el hombre ya no la amaba; también era bastante obvio que ella había cometido un terrible error al sacrificar su arte por el amor de ambos. Y con igual transparencia advirtió que, en lugar de ser una inspiración y una ayuda en momentos de necesidad, su arte era, de hecho, un impedimento. (Continuará)
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