Con un título breve pero bien explícito, acompañado de un subtítulo tan largo
e implícito como ‘Una historia de la
investigación en los límites’, se presenta el ejemplar que hoy les
recomiendo y que, solo por lo escrito hasta aquí, a nadie debe llamar a engaño acerca
de su contenido.
Entre sus doscientas ochenta y siete (287) páginas, tengo sobre mi mesa la
edición de bolsillo de tapa blanda, se van a encontrar, no sólo lo que probablemente
ya sepan a ciencia cierta o en su defecto conozcan, sino lo que posiblemente estén
intuyendo.
El libro va de investigadores que no solo rozan los límites de lo
políticamente correcto, sino que, incluso, los traspasan y algunos, además, de
largo. Hombres que, con su actitud ante la vida, sus empeños intelectuales y
sus desarrollos en los laboratorios, experimentaron con la vida y la muerte.
Unos experimentos muchos de ellos peligrosos, otros tantos ridículos por ser auténticos desvaríos, algunos bien
encaminados a pesar de sus aparentes desatinos y unos últimos, los menos, geniales.
De hecho, lo suficientemente geniales, como para cambiar o marcar el curso de
la historia de la ciencia, que de todo hay en la viña del Señor.
Son historias, sucedidos y quisicosas de lo más variopintas, acerca de unos
petrificadores de cadáveres, la creación de un híbrido entre hombre y mono, los
pesadores de almas o los lobotomizadores. Cuando no sobre los experimentos con drogas
para el dominio mental del hombre, la resucitación de los muertos, los trasplantadores
y un largo, largo, etcétera.
Experiencias, casi todas ellas, llevadas a cabo en el resbaladizo y
limítrofe terreno de la ética científica, por hombres, investigadores reales que
llevados en un principio por el loable deseo de saber y de comprender, y empujados
después por una fuerte convicción, no dudaron en enfrentarse al pensamiento
dominante al uso y realizar ensayos que se saltaban las convenciones y ortodoxia
de la época. Tal eran sus ganas de escribir páginas gloriosas en la historia de la ciencia.
Nacidos la mayoría de ellos ya con la ‘ciencia moderna’, la saga de ‘científicos
locos’ se inicia a lo largo del siglo XVIII si bien es, durante los primeros
años del XIX y hasta mediados del XX cuando vive su edad de oro.
Es la literatura primero y después
el cine y el cómic, las “artes” que, con el tiempo, han moldeado la figura del
"científico loco", ese estereotipo que todos reconocemos con
facilidad. Y en ella encontramos gente de todo pelaje, pero ojo, nuestro científico
no es ni un sádico ni un necrófilo.
Son seres humanos que movidos por el ansia de conocimiento llevaron a cabo una serie de experimentos que, en
la actualidad, ni que decirles tengo, habrían dado con sus huesos en la cárcel.
Y como les decía, entre ellos había de todo, pero ninguno
era un cantamañanas embaucador, no se equivoquen. Un libro de lo más interesante.
(Continuará)
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