(Continuación) Sin duda se trataba de un invento sensacional desde el punto
de vista científico y médico, de ahí cada uno lo fuera perfeccionando en
función de sus investigaciones y necesidades, y le incorporara incluso su
propia escala, lo que terminó siendo un problema como ya se puede imaginar al
ser éstas diferentes.
Es lo que hizo el físico Gabriel
Fahrenheit al reemplazar en 1714 las mezclas alcohólicas (vino, cerveza, aguardiente
coloreado) del termómetro florentino por el metal mercurio Hg (l), lo que
le permitía medir un mayor margen de temperaturas.
Un líquido contenido en una
esfera de vidrio provista de un largo cuello sellado, por el que el metal subía
a diferentes alturas en función del material con el que estuviera en contacto.
Y el alemán volvió a confirmar lo que era sabido por los médicos del siglo
XVIII que utilizaban el termómetro con sus pacientes, algo realmente asombroso.
La altura a la que subía el mercurio era prácticamente siempre la misma con
independencia de la persona, la ropa que llevara puesta o la estación del año en la que estaban, siempre
que ésta estuviera sana. El “fuego de la vida” que salía de los cuerpos humanos
era siempre el mismo. Un misterio.
Escala
Fahrenheit
Introdujo el termómetro en una mezcla de hielo H2O(s), agua
líquida H2O(s) y cloruro
de amonio NH4Cl y a la
temperatura más baja que pudo alcanzar le dio el valor cero grado Fahrenheit (0 ºF), era la temperatura de congelación del
agua salada no la del agua. Así mismo le dio el valor 96 grados Fahrenheit (96 ºF) a la del cuerpo humano y que había
obtenido colocando el termómetro en el interior de la boca o bajo el brazo.
De esta forma completó su escala termométrica, basada en la idea de calibrarla
a partir de la elección de un punto fijo, y sobre cuya conveniencia escribía en
la reputada revista de la época Philosophical
Transactions (1724).
En ella la temperatura de
congelación del agua era 32 °F, la
del cuerpo humano 96 °F y la de ebullición
del agua 212 °F, existiendo entre ellas una diferencia de ciento ochenta (180) grados. Naturalmente
la razón de tan, en principio, arbitrario valor numérico para la temperatura
corporal no era otra sino matemática, y es que de esa forma podría existir una
docena de divisiones, cada una de ellas subdividida en ocho partes, 12 x 8 = 96.
Una idea, la de utilizar puntos fijos, que científicos de la talla de Robert Boyle, Robert Hooke o Christian
Huygens apoyaron de forma independiente. Así fue como se afianzó la estandarización
de las escalas y la fijación de la temperatura de la boca del hombre sano,
recuerden 96.
Un valor ciertamente raro para nosotros pero recuerden que el Sistema Métrico Decimal -que arranca en 1791
mientras la libertad, la igualdad y la fraternidad se extendían por Francia-,
hasta bien entrado el siglo XIX no se implantó como sistema universal en París,
por el llamado Tratado del Metro (1875)
y no en todo el mundo. (Continuará)
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