(Continuación)
De ahí que unos les dibujaran ombligo y otros no. A discreción. Y como les
decía, esto fue así hasta que el artista renacentista se pronunció a favor de
la existencia del ombligo y, como era nada menos que pintor de la capilla
privada del Papa Julio II, parece
ser que zanjó el asunto: “Habemus
umbilicus”.
Así
lo hace en su fresco Caída del Hombre,
pecado original y expulsión del Paraíso de 1509, que se conserva en la Capilla Sixtina, donde nos muestra a nuestros
primeros padres con ombligo y vergüenzas bien a la vista. Se trata de un fresco
de gran tamaño en el que se pueden ver hasta seis figuras. En el lado izquierdo
de usted, están Adán, Eva y Satanás,
que en forma de serpiente hembra tientaa
la hembra humana. Y en el derecho vemos a un ángel expulsándolos. En fin.
Sin
embargo tras la desaparición del maestro, la discrepancia en el mundo de la
pintura sobre la existencia del asunto ombliguero se restauró de nuevo. De modo
que seguimos en las mismas, ¿tuvieron o no tuvieron ombligo nuestros primeros
padres?
Bien.
Como no hemos obtenido respuesta alguna ni desde el campo de la religión o de la creencia (primer corte
carnicero), ni desde el de las artes
en este caso la pintura (segundo corte carnicero), ¿qué pueden aportar las ciencias al respecto? ¿En qué nos puede
ayudar este cuerpo de conocimientos?
Ombligo
y biología evolutiva
Un
inicio de respuesta científica la tenemos ya desde 1859, y nos llega a través
del conocido libro publicado ese año, ‘El
origen de las especies, por medio de la selección natural’ del naturalista
inglés Charles Darwin (1809-1882), donde
el científico justifica la hipótesis de la evolución
biológica a través del mecanismo de la selección
natural.
Según
su argumentario, una breve explicación para la existencia o no del ombligo
podría ser la siguiente. Hubo una época en la que por ejemplo no existía el Homo sapiens y sí su
antepasado, por poner otro ejemplo, el Homo
antecesor. Unos seres homínidos
parecidos es cierto, pero lo suficientemente distintos como para no
considerarlos aún sapiens.
Y
hete aquí que sin duda alguna, esto es algo está implícito en la propia
naturaleza, en un momento dado una hembra de la especie antecesor parió un individuo modificado. Quiero decir uno mutado y mejor adaptado (no
necesariamente más fuerte, “no es eso, no
es eso” la evolución) a las
condiciones ambientales para la lucha por la vida y la supervivencia.
En
definitiva una nueva especie, nosotros mismos, el homo sapiens, que naturalmente provenían de un parto, ergo tenían ombligo. Del que les supongo
al tanto y conocedores de que se trata de una de esas marcas características y
esenciales en todo ser humano, salvo muy raras excepciones que constituyen una
anomalía del cuerpo. Trato de decirles que, en principio, todo el mundo tiene
ombligo.
Son
testigos de esto que les digo, las no pocas las ciudades del mundo donde se ha
podido ver una exposición de hallazgos arqueológicos, por ejemplo los de Atapuerca, el famoso yacimiento
burgalés. Y entre las muestras, como no, los restos de la nueva especie humana
bautizada como antecesor. (Continuará)
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