martes, 7 de noviembre de 2017

Florence Nightingale (2). Enfermera profesional

(Continuación) Su verdadera vocación y auténtica profesión, la de enfermera.
Que había permanecido adormecida durante seis años con el sueño de las matemáticas, pero que en 1843 se encuentra ya más que despierta. Y es que lo que ella quiere ser en realidad es enfermera, y como viene siendo una constante en su vida, conseguirlo no lo va a tener fácil.
De profesión, enfermera
Se trata de un nuevo problema pues como profesión no estaba bien vista en la alta sociedad, que la tenía asociada más bien a una actividad de mujeres de clase baja. A personas burdas, ignorantes, faltas de prácticas sanitarias y algo dadas a la vida licenciosa, digámoslo así.
A qué dudarlo sus padres, con la mejor de las intenciones, se opusieron a dicho desempeño de todas, todas.
   Pero Florence, ya la vamos conociendo, no dejó de insistir hasta conseguir la autorización paterna para iniciar los estudios de enfermería y sin tener que renunciar a nada a cambio. Trato de decirles que de casarse nada, pero que nada de nada. Así que imagínense el disgusto de mamá, menudo debió ser.
Además viajó por media Europa y Egipto, realizando prácticas en distintos hospitales de Alejandría, Dusseldorf y París. Y ya por ese tiempo acostumbraba a tomar anotaciones de las diferencias y necesidades existentes entre los distintos hospitales en los que colaboraba.
Anotaciones que tras estudiarlas, le permiten pergeñar un método de recogida de datos y un sistema para llevar un registro de todos ellos que le permita interpretarlos. A qué dudarlo, en este empeño su formación matemática le sirvió de mucho.
Tras casi una década de formación y experiencias, en 1853 Florence está ya de regreso en Londres. Y lo hace como gerente sin paga de un establecimiento sanitario exclusivo para mujeres, ya me entienden. Pues bien en un solo año lo transformó en uno de los mejores hospitales de toda Inglaterra. Capacidad y eficacia femenina, lo llaman.
La guerra de Crimea
A finales de 1853 y con la llegada de la primavera de 1854 vino por desgracia la Guerra de Crimea, una contienda de Gran Bretaña, Francia y Turquía coaligados contra Rusia, por motivos que no hacen ahora al caso.
Lo que sí procede decir es que ni corta ni perezosa, y conocedora a través del periódico ‘The Times’ de las deficientes condiciones sanitarias de las instalaciones médicas británicas, Florence envió una carta a la Secretaría de Guerra Británica. En ella ofrecía no sólo sus servicios como voluntaria, sino también el de treinta y ocho enfermeras más a sus órdenes.
Una magnífica idea, ¿no les parece? Pues sorpréndanse, a nadie le pareció buena.
Ni a los médicos, que temían que se extralimitasen en sus funciones. Ni a los oficiales, que pensaban que tendrían que protegerlas, lo que supondría más trabajo para los soldados. Ni a la misma y puritana Inglaterra, que se alarmó por la moral de aquellas mujeres. Adónde íbamos a parar, mujeres solas por ahí y en tiempos de guerra. En fin que no, pero...
Pero por suerte, algunas veces hay algún que otro “pero” en la cesta de la vida, y resulta que al mismo Secretario de la Guerra, sí le pareció que la idea era buena. Tanto que de hecho les pidió que fueran. Hay jefes que sólo saben negar, y otros que saben pedir. (Continuará)

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