martes, 29 de abril de 2025

Destino: Jerusalén [CR-309]

[Esta entrada apareció publicada el 11 de abril de 2025, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]

El vínculo que establecí hace un par de semanas en ‘Armagedón’ entre el término y la Ciudad Santa, unido a las significativas fechas que se avecinan, me abocan este Viernes de Dolores a unas líneas sobre Jerusalén. 

Que ni decir tiene cuenta con una más que reconocida y vital carga histórica y mística -no en vano es lugar sagrado para judíos, cristianos y musulmanes-, pero sobre la que por desgracia y más a menudo de lo deseable, cuando la gente piensa en viajar a ella lo hace imaginando solo el lugar antiguo y santo descrito en las Sagradas Escrituras; ya sabe el Muro de los Lamentos, la Iglesia del Santo Sepulcro o la Cúpula de la Roca.

Por desgracia digo porque una vez allí la realidad resulta ser no solo mayor que la imaginación sino, sobre todo, también diferente porque lo que aparece ante sus ojos -además de calles, edificios y rincones imaginados e impregnados de historia-, es su modernidad cargada de no pocas tensiones sociopolíticas generadas desde los tiempos bíblicos hasta la actualidad. Otra visión de la urbe. 

Sucedidos trascendentales en los que se entrelazan relatos de reyes, profetas y otras significantes personas que dejaron una huella imborrable en la humanidad y razón por la que la ciudad es uno de los destinos de Israel más visitado cada año. Se trata de un turismo religioso motivado por la fe y la espiritualidad, viajeros que buscan en estos lugares sagrados o de importancia espiritual no solo belleza y conocimiento de sitios históricos y culturales, que también, sino, sobre todo, vivir una experiencia emocional.

Para muchos de ellos se trata de una oportunidad única de participar en determinados rituales religiosos, conectar con lo divino, buscar paz interior o enriquecer su espíritu, experiencias que vendrán acompañadas a su vez de una más profunda conexión cultural y un entendimiento más amplio de las diferentes creencias y tradiciones. Algo deseable porque sin duda todo eso está bien y es lo que le sucede a casi todos los que visitan Tierra Santa. 

Sin embargo, existe un pequeño grupo de estas personas que viven la experiencia, digamos, con una vuelta de tuerca más, lo que ya resulta menos deseable pues le hablo de un trastorno que en el segundo tercio del pasado siglo fue calificado clínicamente como una forma de histeria. Lo hizo el psiquiatra Heinz Hermann, director de un hospital privado de mujeres en Jerusalén, que llevaba años observándolo entre los turistas y lo denominó “fièvre Jérusalemienne”, “fiebre de Jerusalén”.

A su entender una forma de trastorno de conversión observado en algunos de ellos que pasaban de un estado psicológico funcional a una psicosis religiosa durante su visita; por cierto, Hermann fue uno de los pioneros de la investigación psiquiátrica moderna en Israel y al trastorno se le conoce hoy como Síndrome de Jerusalén. (Continuará)

 [*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

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