lunes, 6 de marzo de 2023

‘Smaismrmilmepoetalevmibunenugttaviras’ [CR-218]

[Esta entrada apareció publicada el 24 de febrero de 2023, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]

A lo largo del siglo XVII los anagramas sirvieron para que los científicos hicieran saber a sus colegas un descubrimiento realizado por ellos, pero sin desvelarlo; un puedo y no quiero que le permitieran, en el momento adecuado, hacer valer su paternidad sobre dicho hallazgo. 

Fue lo que hizo en 1610 el primer astro del firmamento científico y último hombre de ciencia al que se conoce sólo por su nombre de pila, Galileo, quien realizó lo que ninguno antes: dirigir un telescopio hacia el cielo y, con este simple gesto, transformar en instrumento científico lo que hasta entonces había sido, casi, un juguete, una curiosidad óptica. Con él y con su nueva forma de pensar nacía una nueva astronomía y la percepción de un universo diferente; tan nueva una y diferente otro, que supusieron el principio del fin del universo aristotélico.

Y entre los extraordinarios descubrimientos que nuestro hombre hizo en el cielo, hubo uno para el que no encontró explicación. Al enfocar con su telescopio de treinta y dos aumentos hacia Saturno observó desconcertado que el planeta parecía tener dos lunas, ocurrió el 25 de julio y hasta ese momento nadie había visto nada parecido. Y él no se atrevió a divulgarlo por temor a equivocarse, ser humillado o quizás algo peor, pero estaba deseando contar lo que había visto, natural, y además quería dejar constancia de que había sido el primero, humano ¿Qué hacer?

Si no lo comunicaba corría el riesgo de que alguien se le adelantara y, si lo hacía, el riesgo podía ser mayor ya que podría correr la misma suerte que Giordano Bruno unos años antes. Ya saben, la hoguera, poca broma. No. No parecía que fuera buen momento para pensar diferente a la mayoría, no estaban los tiempos para gestos imprudentes, de ahí que utilizara la técnica codificada del anagrama y, en una carta, le mandó el del titular a Johannes Kepler.

Quien sabiendo que eran palabras bajo palabras, se puso manos a la obra y, tras muchos esfuerzos, creyó encontrar la respuesta, un latinajo más bien tosco que se podría traducir por: “Salve, ardientes gemelos hijos de Marte”. Una transposición anagramática que, aunque raruna y extraña, era lógica pues en su concepción geométrica del universo, Kepler había calculado una luna para la Tierra, dos para Marte, cuatro para Júpiter, etcétera, así que escribió a Galileo para saber si era correcta su interpretación. 
Pero no, no lo era y tuvo que esperar a noviembre para saberla del mismo pisano, “He observado el planeta más alto en forma de trío”. Resulta que había descubierto los anillos de Saturno sólo que, por el escaso aumento de su telescopio, los confundió con dos lunas que lo flanqueaban. Hasta el mejor escribano…

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

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