(Continuación)
Naturalmente, esta primera experiencia de vuelo en globo tripulado por humanos,
no solo suscitó grandes entusiasmos entre sus contemporáneos, también despertó,
sobre todo entre los intelectuales, una gran perplejidad.
Nunca digas, nunca jamás
Entre ellos el escritor,
político e innovador arquitecto británico Horace
Walpole, IV conde de Oxford (1717-1797), quien pronosticó que el susodicho
invento nunca se convertiría en un medio de transporte ni se utilizaría como un
arma. Es decir que no serviría ni en la paz ni en la guerra.
En sus propias
palabras: “Este artilugio mecánico se
convertirá en un pasatiempo para personas ociosas, pero nunca se utilizará como
una nueva arma de destrucción de la raza humana”. Como sabemos, a la larga,
en su vaticinio sobre el porvenir de la mongolfiera,
nuestro hombre acertó.
Aunque a la
corta, la verdad es que no pasó mucho tiempo antes de que el hombre empezara a
viajar volando, y a utilizer el glboo con fines militares.
Con relación a
esta última aplicación, ya en 1794 se produjo el primer uso militar en el
ejército francés. Lo hizo el globo de reconocimiento Entreprenant destinado a observar los movimientos de las fuerzas
austríacas durante la batalla de Fleurus, en las guerras revolucionarias
francesas. Y medio siglo después, en 1849, se utilizaban por vez primera los
globos aerostáticos en el bombardeo de Venecia por parte de Austria.
El globo de
observación, empleado como plataforma aérea para reunir información y dirección
de artillería, alcanzó su cénit durante la Primera
Guerra Mundial, a partir de la cual empezó a decaer hasta el día de hoy en
el que está muy limitado.
Seredípico Walpole
De Walpole, ya
que va de vínculos, dejaré constancia en este blanco sobre negro de uno de lo
más curioso que, además, ya ha sido en buena medida enrocado. Resulta que entre
la sustanciosa correspondencia que el escritor legó a la posteridad destaca una
carta fechada en febrero de 1754.
Se la mandó a su
tocayo, el político, filósofo y educador estadounidense Horace Mann (1796-1859) y en ella acuño y empleó por primera vez el
término serendipity, traducido al
castellano por serendipia, algo así
como ‘hallazgo afortunado’.
Según contó,
provenía de una fábula siria que había leído una vez, The Three Princes of Serendip, ‘Los tres príncipes de Serendip”, en
el que los protagonistas tenían una rara habilidad: “siempre descubrían, por
accidente o casualidad cosas que no andaban buscando”.
Y fue tanto lo
que impresionó a Walpole este supuesto don de los príncipes, que decidió
apropiarse de la idea y acuñar esa nueva palabra, con la quería referirse a
aquellos descubrimientos que se producen por azar, sin pretenderlo ni buscarlo.
Tras esta aparición
epistolar, la palabra serendipity pasó
pronto al olvido, sin más pena ni gloria, y allí estuvo hasta que volvió a ser
empleada doscientos años después. En concreto en 1955, año de fallecimiento del
físico Albert Einstein, cuando la
revista Scientific American (cuya
versión en español es Investigación y
Ciencia), la utilizó para aludir al descubrimiento científico casual.
Pero yendo a lo que nos ha traido aquí y para ir acabando, el vuelo
del 21 de noviembre de 1783 fue el
primero de todos los vuelos tripulados por un ser humano, y esa fecha es uno de
esos días que cuentan para la Humanidad. (Continuará)
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