domingo, 11 de noviembre de 2018

Elisa Leonida, estudiante de ingeniería

(Continuación) En dicho manual se citaban los tres valores que definían el perfil y los objetivos que debían cumplir las mujeres de la época, y que estaban sintetizados en las tres ‘K’: Kirche, Kinder, Küche o lo que es lo mismo iglesia, niños y cocina.
Y que fue exactamente lo que le recordó el decano Hoffman, en su humillante charla con la joven Elisa, respecto a lo que era importante para una mujer y a lo que debía dedicar su vida. Algo así como que las mujeres, por su naturaleza, tenían una vocación diferente a los hombres. Ya me entienden.
Ni que decir tiene que ella no hizo el menor caso a este comportamiento que hoy catalogaríamos, sin dudar, de machista. Sin embargo, en descargo del decano y porque no es justo juzgar hechos pasados con la mentalidad y los concimientos del presente, habría que resaltar que la situación académica a la que se enfrentaba, por novedosa, lo debía tener bastante desbordado.
Pónganse en su lugar. Una jovencita de 21 años, que quería estudiar ingeniería a principios de siglo, y además en la Politécnica que él dirigía ¡Pero bueno, hay mayor fatalidad!, debió pensar el buen hombre.
No obstante se matriculó y en su consecución influyeron, de un lado: sus buenas notas preuniversitarias, el hecho de que hablaba y escribía alemán a la perfección y, sus más que notables conocimientos de matemáticas, física y química. Y del otro, que su hermano Dimitrie ya fuera  estudiante del centro y además de los más destacados del centro. Todo suma.
“La cocina es el lugar de las mujeres, no la Politécnica”
Sin embargo solo había ganado una batalla, la primera de muchas, y quedaban otras dificultades sexistas que salvar por el mero hecho de ser mujer. Y es que su paso por las aulas no estuvo exento de polémica en todos los estamentos universitarios.

Desde el mismo decano que la admitió, hasta sus propios compañeros con los que compartía el aula, pasando por no pocos profesores que le impartían las asignaturas. Casi todos muy a menudo la ignoraban, cuando no se mostraban de forma explícita contrarios a su presencia en clases y laboratorios.
Se cuenta que en cierta ocasión alguien, no está claro si fue un estudiante o un profesor, le espetó: “La cocina es el lugar de las mujeres, no la Politécnica”. En fin eran otros tiempos. Pero como suele ocurrir a veces, la excelencia intelectual se abrió camino a través de la multitud, y poco a poco el inicial prejuicio y la omnipresente hostilidad se fue tranformando en admiración general. (Continuará)

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