[Esta entrada apareció publicada el 19 de febrero de 2021, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Es una de las traducciones del término inglés ‘serendipity’, con una interesante y curiosa intrahistoria que, seguro estoy, ya se ha imaginado le voy a contar, como así es. Fue inventada por Horace Walpole, escritor y arquitecto británico, quien la empleó por primera vez en una carta dirigida a su tocayo Horace Mann en 1754, para referirse a aquellos descubrimientos que se producen por azar, sin pretenderlo ni buscarlo.
Al parecer todo empezó con la lectura que hizo de un
cuento persa titulado ‘Los tres príncipes de Serendip’, en el que sus
protagonistas tenían una rara habilidad: “siempre descubrían, por accidente o
casualidad, cosas que no andaban buscando”. Y fue tanto lo que le impresionó
este don de los príncipes, que decidió apropiarse de la idea y acuñar esa nueva
palabra, haciéndolo a partir de Serendip, traducción inglesa de la antigua
Ceilán, hoy Sri Lanka.
Sin embargo, la palabra serendipity apenas hizo fortuna, pasando pronto al olvido hasta que volvió a ser empleada doscientos años después cuando, en 1955, la revista ‘Scientific American’ (cuya versión en español es ‘Investigación y Ciencia’) la utilizó para aludir al casual descubrimiento en ciencias. Aunque no lo crea son muchos los accidentes fortuitos que, a lo largo de la historia humana, han dado lugar a descubrimientos científicos y el primero del que tenemos constancia escrita ocurrió, nada menos que, en el siglo III a. C.
Fue protagonizado por Arquímedes en los baños
públicos de Siracusa, mientras estaba absorto en un asunto que le había
encargado su pariente, el rey Hierón, acerca de una corona de oro puro y un
orfebre, al parecer poco honrado ¡Eureka!, dicen que gritaba
mientras corría y desde entonces no han parado de producirse en todos los
campos del saber.
Desde Newton con la caída de una manzana y su Ley de Gravitación Universal; los colorantes y pigmentos sintéticos; o Pasteur y las moléculas “zurdas y diestras”. Hasta el teflón empleado en los trajes espaciales y las sartenes antiadherentes; las válvulas artificiales de corazón; Daguerre y la fotografía; o la aspirina, el fármaco más ampliamente utilizado.
Pasando por Fleming y la penicilina, quizás
de los importantes, el descubrimiento serendípico mejor conocido; el nilón,
cuya historia parece corroborar el dicho de “es mejor tener suerte que ser
listo”; o el minoxidil, un descubrimiento que pone el pelo de punta.
Sin olvidarnos del velcro, tal vez el método de
cierre más ingenioso y versátil del mundo; los post-its, esos papelitos
autoadhesivos que inundan nuestros despachos; o los copos de cereales
como trigo y maíz, popularizados en los desayunos por los hermanos Kellogg. Y
así un largo, largo, etcétera, sin duda ‘el azar no es más que la medida de
la ignorancia del hombre’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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