[Esta entrada apareció publicada el 06 de noviembre de 2020, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Tercera y última, tras Pandemias [CR-108] y Terremotos, de las entregas pertenecientes a esa categoría de fenómenos terráqueos naturales dotados de las, poco deseadas y deseables, características de imprevisibilidad y peligro para los humanos. También denominado volcanismo (etimológicamente deriva del latín ‘Vulcānus’, Vulcano, dios del fuego), es un término con el que en geología se alude a un grupo de fenómenos que se relaciona con los volcanes y su actividad.
Una erupción de roca fundida (magma) desde el interior de un planeta o satélite
de superficie sólida y manto fluido, en la que la lava, los piroclásticos y
los gases volcánicos
salen expulsados y a cuya acción se puede atribuir nada menos que parte de la
formación de un cuerpo celeste como nuestro propio globo terrestre, la Tierra, Marte o
la Luna.
Un vulcanismo que en su momento se llegó a manejar como segunda hipótesis para explicar la extinción de los dinosaurios, que marca el final del periodo Cretácico y el comienzo del Paleógeno, aunque hoy sabemos que no es así. Fue el impacto, hace unos sesenta y cinco millones (65 000 000) de años, de un meteorito de unos diez kilómetros (10 km) de diámetro en la península de Yucatán (México), su causante cierto. Una amenaza por tanto extraterrestre.
Le decía que un antañón período de gran
actividad volcánica en el planeta no lo es, según se desprende de recientes investigaciones
publicadas a primero de año en la revista ‘Science’ que apuntan a que
no. Las huellas ambientales de dichas erupciones masivas ocurridas en la India,
en la región conocida como las Traps del Decán, tuvieron lugar mucho antes de
la extinción animal por lo que deben ser descartadas como la causa principal.
En principio y por ahora, está aceptado que el vulcanismo no influyó en la extinción de los dinosaurios, aunque los efectos destructivos de su actividad no debemos minusvalorarlos. Me viene a la cabeza, algo enroqué y alguna charla dí al respecto en su momento, lo que se dio en llamar en prensa algo así como ‘1816, el año sin verano’.
Un sucedido con diferentes vínculos artísticos
y científicos, en los que anduvo como desencadenante la nube de cenizas que
arrojó a la atmósfera el volcán Tambora,
situado en la isla indonesia de Sumbawa entonces parte de las Indias Orientales
holandesas, al entrar en erupción el 5 de abril de 1815.
Si están interesados pueden leer en el blog Enroque
de Ciencia, perdone la autocita, entre otras entradas: ‘¡Stille Nacht!’,
‘Frankenstein’ y volcán Tambora; ‘Villa Diodati’, factoría del terror;
Tambora, 5 de abril 1815; ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’. Como
nos dice el monstruo de Frankenstein de la escritora Mary Shelley, ‘Si no he de inspirar amor, inspiraré
temor’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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