Como saben la cueva original fue cerrada al público por última vez en 2002, debido a su delicado estado de conservación.
Y es que, desde que fuera descubierta a finales del siglo XIX, su masiva visita generalizada desde entonces, había propiciado una colonización microbiana en su interior.
Unos nuevos “huéspedes” del habitáculo, que podrían ocasionar unos indeseables efectos irreversibles en la maravilla pictórica de su Sala de Polícromos.
A esta entrada sobre la reproducción cavernícola la denominé la Neocueva de Altamira.
También les escribí en ella sobre el descubrimiento serendípico de la cueva por parte de un cazador, Modesto Cubillas. La primera visita conocida de los tiempos modernos.
Y sobre los posteriores redescubrimientos ya documentados, a cargo de Marcelino Sanz de Sautuola. El primero en 1875 y el segundo en el verano de 1879, esta vez acompañado de su hija María, verdadera protagonista de esta historia.
Por cierto que 1879 es el año del nacimiento de Albert Einstein, el del desarrollo de la bombilla de incandescencia de T. A. Edison y, ya de la que va, el del fallecimiento de J. C. Maxwell, autor de la Teoría del Electromagnetismo.
Hay años y años.
Ya para acabar, y motivo de esta entrada de hoy, les apuntaba la existencia de un nexo entre este descubrimiento científico y una obra artística, es decir entre Ciencia y Arte.
O lo que es lo mismo Humanidades. Lo que es propio del hombre.
Más en concreto, en este caso, el vínculo es entre paleontología y música.
Resulta que un siglo después del descubrimiento de la niña María, la banda de rock Steely Dan sacaba al público su canción The Caves of Altamira, editada en el álbum The royal scam (1976). Espero que les guste.
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