martes, 30 de agosto de 2016

Perkin, pionero de la química industrial (1)

Sí, voy por donde seguro ustedes están pensando.

Lo de Perkin y el tinte sintético es una buena ejemplificación, de lo que en cierta ocasión dejó escrito el gran Pasteur desde el campo que le era propio, el de la bioquímica: “En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada”.

Y la mente del joven químico, no lo duden ni un instante, estaba más que preparada. De eso no les quepa la menor duda.

Al momento se dio cuenta de que sin pretenderlo -descubrimiento serendípico, pues lo suyo recuerden era la síntesis de la quinina, el fármaco-, había obtenido el primer tinte sintético.

Se le conoció con los nombres de anilina morada, púrpura de anilina, mauveína, malveína, incluso en su honor, Malva de Perkin.

Y al comprobar su facilidad para teñir distintos textiles como seda o algodón, y que se podían conseguir diferentes tonalidades, desde el púrpura oscuro a un tono más lavanda, comprendió el potencial de comercialización del colorante.

Nunca antes se había visto un color parecido en la ropa, de modo que se apresuró a patentar la sustancia. Tenía tan solo dieciocho (18) años.

Otros antecedentes
Aunque es justo decir que además del púrpura de Tiro, en el mercado ya se vendían otros tintes púrpura.

Por ejemplo hacia mediados del mismo siglo XIX existía la murexida.

Un colorante malva utilizado por los franceses, y que si bien desde el punto de vista químico era purpurato de amonio C8H8N6O6, lo cierto es que se obtenía a partir de los excrementos de algunas serpientes y aves.

Un detalle éste que por razones obvias se procuraba ocultar al público.

También estaba en el mercado francés un tinte morado que se hacía con el extracto de un raro liquen escandinavo. Y así alguno que otro más.

Pero todos compartían tener el mismo color violeta pálido, al que los franceses llamaban mauve (malva), con una tonalidad muy parecida. Y además se obtenían de manera natural, por lo que resultaban caros, muy caros.

Por fortuna para él, Perkin comprendió la importancia de su descubrimiento accidental.

Si lograba mejorar su síntesis en el laboratorio, terminaría siendo un tinte más barato y se vendería como rosquillas. (Continuará)




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