viernes, 26 de agosto de 2016

Primer tinte sintético (1)

El 26 de agosto de 1856 un jovencísimo químico británico, William Henry Perkin (1838-1907), solicitaba en Gran Bretaña la patente para la elaboración de un tinte sintético para “teñir telas”.

Una patente del todo novedosa que le sería concedida unos meses después -el 20 de febrero de 1857, otra fecha de las que cuentan-, sobre un invento que supondría una auténtica revolución en la química industrial.

Lo mejor de todo, todo hay que decirlo, es que en realidad él andaba buscando otra cosa bien distinta a un tinte. Y es que a veces, en la vida, se encuentran cosas sin buscarlas.

Pero vayamos por parte.

Para la época de la que hablamos, lo del tinte sintético fue toda una revolución porque resulta que el nuevo método de teñido, con el producto de su invención, no sólo funcionaba con casi toda clase de tejidos textiles como seda, algodón, lana u otros materiales, lo que ya era estupendo de por sí.

Sino porque el nuevo tinte sintético proporcionaba un color de lo más peculiar y escaso hasta el momento, el color violeta. Era escaso porque resultaba muy costoso de obtener de manera natural.

Se hacía desde el tiempo de los fenicios a partir de la secreción de un caracol de mar y se le conocía como Púrpura de Tiro.

Púrpura de Tiro y cañaillas
Conocido también como púrpura real o imperial, se trataba de un colorante entre rojo y morado, que ya usaban los antiguos fenicios.

Obtenido a partir de la secreción de la glándula hipobranquial de un caracol de mar carnívoro, el gasterópodo marino Murex brandaris, se cree que se utilizaba en Creta hacia el 1600 a. C.

Desde el punto de vista químico me veo obligado a informarles que el principal componente de la púrpura de Tiro es el 6,6′-dibromoíndigo. Y dicho lo cual, y por si se les ha pasado el detalle, no tengo por menos que contarles esto otro.

A un primo hermano de dicho caracol, el Bolinus brandaris, aquí en Andalucía lo conocemos como cañadilla o cañaílla y nos lo comemos cocido.

Se lo digo porque estoy escribiendo estas líneas a cincuenta kilómetros (50 km) escasos de la gaditana localidad de San Fernando, donde se comparte de forma indistinta el gentilicio de isleño con el de cañaílla.

Pero eso es ahora.

Marchando una de números
Antes, en aquellos tiempos, también se utilizaba para producir un colorante, entre púrpura e índigo, que salía costosísimo por lo que era muy apreciado en la antigüedad. (Continuará)




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