lunes, 29 de agosto de 2016

Serendipia, tinte y Perkin

Una bebida cuyo uso terapéutico, me refiero a la tónica, desapareció con el paso del tiempo.

La mayoría de las tónicas actuales han sustituido la quinina por emuladores de sabor y edulcorantes, si bien su consumo lúdico-recreativo mezclado con ginebra, desde entonces ha permanecido.

De hecho no ha cesado de aumentar, sobre todo en los últimos años. Les he estado hablando claramente del precursor del gin tonic, y lo dejo aquí. Perdonen pero no me he podido resistir a este pequeño guiño “gintonero”.

Ya están al tanto de lo que me gustan estos nexos.

De lo natural a lo sintético
El segundo de los problemas a los que aludía en la entrada anterior, radicaba en que hasta ese momento la quinina sólo se obtenía de manera natural, de modo que su producción resultaba lenta y costosa.

¿Y si este compuesto se pudiera producir en un laboratorio, en vez de extraerlo de una corteza arbórea?

Es la pregunta que se debía de hacer más de un químico de la época, pues todo apuntaba a que si se lograba por vía sintética, este método resultaría más rápido y barato.

Era más que evidente que su consecución tenía toda la pinta de ser un buen negocio. Pero lo sería sobre todo, para el primero que encontrara un método para obtenerla.

De modo que en esas andaba A. W. Hofmann, quizás porque le rondara por la cabeza que, así como el gin tonic se compone de una (1) parte de ginebra y tres (3) de tónica, la quinina se podría obtener también mezclando varias sustancias. Quizás, porqué no.

No sería la primera en hacerlo.

El caso es que el maestro alemán -no confundir con el también químico pero suizo Albert Hofmann (1906-2008), descubridor de la dietilamida del ácido lisérgico (LSD)- encargó a su pupilo Perkin, con solo diecisiete (17) años de edad, que buscara un método para sintetizar quinina partiendo de cero.

Principio quieren las cosas
Y hecho el encargo se marchó durante las vacaciones de Pascua (las de Semana Santa) a visitar a su familia, quedando de esta forma el joven al cargo de la investigación.

Quien ni corto ni perezoso, se montó un pequeño laboratorio en el cobertizo del jardín de la casa de sus padres.

Naturalmente Perkin estaba al tanto del potencial químico de la anilina, por lo que decidió intentarlo a partir de ella. Fue un quehacer en el que invirtió horas y horas realizando diferentes ensayos.

Y en uno de estos se le ocurrió sintetizar la quinina oxidando la anilina con dicromato de potasio (K2Cr2O7), a ver qué pasaba. Por desgraciada o por fortuna, depende desde donde se cuente la historia, la cosa no marchó como esperaba.

Dado que el dicromato contenía impurezas de toluidina, un derivado del alquitrán, éstas reaccionaron con la anilina y se formó un producto negro con aspecto de lodo.

Algo en principio inútil para los intereses de la quinina. Un fracaso empírico más, por lo que decidió tirarlo por el fregadero. Lo que no sabía es que lo mejor estaba por llegar.

La sorpresa vino cuando al limpiar con alcohol el material de vidrio donde lo había obtenido, algunas partes del mismo adquirieron una tonalidad púrpura claro, un color conocido como malva. Además al secarse se formaban cristales de ese mismo color.

Descubrimiento serendípico
Un hecho fortuito en apariencia intrascendente, pero en el que él supo observar algo que habría escapado al común de mortales.

Es decir que sin buscarlo hizo un descubrimiento, pues vio lo que todo el mundo puede ver pero pensando lo que nadie hubiera pensado al verlo.




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