[Esta entrada apareció publicada el 08 de abril de 2022, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Ni que decir tiene que no sólo de pasiones humanas como el amor y el desamor escribió el bovariense escritor, claro que no. Él era un hombre de su tiempo y por aquellos entonces Francia era todo un referente mundial en campos como la medicina, física, geología, química o matemáticas, de modo que Gustave Flaubert no podía estar al margen de la ciencia y los científicos.
Entre estos, algunos
tan conocidos y reconocidos como los médicos François Magendie y Claude Bernard,
y una larga retahíla bachillera que seguro le sonará: Liebig, Cauchy, Gay-Lussac,
Liouville, Foucault, Regnault, lord Kelvin, Arago, Fizeau o Biot. Y así, casi
‘ad infinitum’. De manera que tanto en su correspondencia epistolar -donde cita
a científicos de la talla de Cuvier, Geoffroy Saint-Hilaire o Buffon- como en
su obra literaria, a poco que se busque encontraremos huellas de ciencia. Y de
ejemplo tres botones.
El primero cosido con el hilo de la medicina a ‘Madame Bovary’ (1857), donde si bien la presencia es pequeña, no por ello es menos significativa. No olvidemos que en la vida real el padre de Flaubert fue cirujano jefe y, en la ficción literaria, Charles Bovary, el infortunado esposo de Emma, era también médico.
El segundo lo está con el hilván de la tecnología
y la ciencia, y se encuentra en su conocida novela ‘La educación sentimental’
(1869), a modo de declaración de fe tecnológica, vea si no: “En vez de
buscar perfeccionamientos artísticos, hubiera sido mejor introducir
calentadores de hulla y de gas”, ¿la fe del carbonero?
Pero el cenit científico-tecnológico
flaubertiano se alcanza probablemente en la obra ‘Bouvard y Pécuchet’ (1881).
Por si ahora no cae trata de dos amigos, dos almas gemelas que no cesan en la
búsqueda de conocimientos, aunque con suerte adversa todo hay que decirlo, y
entre ellos los correspondientes a la ciencia: desde medicina y botánica, hasta
agricultura y geología, pasando por paleontología, química o astronomía.
De todo como en botica. Por no faltar no falta ni una discusión, crítica y escéptica, sobre el bíblico diluvio: “¿Qué significan en el Génesis las palabras: ‘se abrió el abismo’ y ‘las cataratas del cielo’? ¡Un abismo no se abre y en el cielo no hay cataratas! ¿Cómo explicar la lluvia que sobrepasa las montañas más elevadas? ¿De dónde salía aquella masa de agua?”, espeta Bouvard al párroco, que responde: “¡Qué sé yo! El aire se habría transformado en lluvia, como sucede todos los días”.
No me diga que no es maravilloso. Flaubert, como Zola o
Balzac, sentía un gran respeto por la ciencia y, ni fue un literato
representativo de “las dos culturas” ni nunca escribió esa atribución
literaria, falsa de toda falsedad, ya sabe, ‘Madame Bovary soy yo’.
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