(Continuación) Dos magníficas aportaciones, vuelvo a Fritz Haber,
la de la síntesis amoniacal y el ciclo evaluador energético, de
las que sentirse orgulloso por supuesto, pero diametralmente diferentes en significado,
a aquella otra que le hizo acreedor del más que dudoso título de ‘padre de
la guerra química’.
Un calificativo que le sobrevino por su trabajo sobre el despliegue bélico,
no solo del gas cloro (Cl2) mencionado sino el de
otros gases venenosos durante la PGM. Una
desgraciada dualidad científica que viene a ser como la variante química del
literario ‘doctor Jekyll y señor Hyde’ stevensoniano. O la sombra y luz
que conforman el claroscuro del ser humano, casi de cualquiera, aunque bien es
cierto que hay sombras que son más alargadas que otras y a veces, quizás,
demasiado alargadas.
Pero tras los gases lacrimógenos (bromoacetato de etilo y bromuro de xililo)
e incapacitantes (cloro), el hombre dio paso a otros gases de efectos más
nocivos o letales, que bueno es el autodenominado homo sapiens para según qué
cosas.
Otro gas letal: fosgeno
Y es que el cloro, como arma química, pronto se mostró ineficaz no ya porque
era detectado con facilidad, al producir una nube verdosa claramente visible y con
un fuerte olor, sino porque su efecto casi se eliminaba con el simplen método de
cubrir boca y nariz con un paño húmedo, ya que es un gas soluble en agua. Unas
limitaciones que no presentaba el gas fosgeno, dicloruro de carbonilo
de fórmula COCl2, difícil de detectar al ser incoloro y tener
un olor parecido al del “heno enmohecido”, y que fue utilizado por los
franceses ese mismo año de 1915 bajo la dirección del químico francés Victor
Grignard (1871-1935).
Que fue galardonado con el Premio Nobel de Química en 1912, por sus
estudios de los alcoholes mediante la reacción Grignard, y que compartió con su
compatriota Paul Sabatier. Grignard también colaboró en el desarrollo y la
aplicación de otras armas químicas como el gas mostaza y nuevos explosivos.
En realidad el fosgeno, abro paréntesis bachiller, fue sintetizado por primera
vez casi un siglo antes, en 1812, por el médico y químico amateur inglés John
Davy (1790-1868), muy bien emparentado por cierto ya que era hermano
del conocido químico Sir Humphry Davy y primo de Edmund Davy.
Cierro paréntesis pero me guardo el nexo familiar para más adelante.
Ahora vuelvo a
la segunda década del siglo XX y en concreto a finales de 1915 cuando el
fosgeno, un gas más mortífero que el cloro, empezó a mezclarse mitad y mitad con
éste, a efectos de hacerlo más tóxico y menos denso, favoreciendo así su
diseminación entre las tropas enemigas. Tan feliz idea vino del lado del bando
alemán que llevó a cabo el primer ataque con cloro/fosgeno cerca de
Ypres, el 19 de diciembre de 1915. Y tras la idea un viejo conocido de esta
historia, el químico alemán Fritz Haber, ya saben ‘el padre de la
guerra química’.
Gas mostaza, otro letal
Pero el progreso
letal de los gases no quedó en el cloro, el fosgeno o en su mezcla, no, el hombre
dio un paso más y desarrolló el gas mostaza, con toda probabilidad el
más infame y efectivo de la PGM, que fue utilizado por los alemanes en
julio de 1917 en la que fue la Tercera Batalla de Ypres, localidad belga
de donde toma el nombre de iperita, cómo bien me informó el bueno de Rafael.
(Continuará)
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si desean ampliar información sobre ellas.
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