Porque nada existe, tan despreciable en la tierra, que a la tierra no proporcione algún especial beneficio; nada tan bueno, que si es desviado de su uso legítimo, no degenere de su primitiva esencia y no se trueque en abuso.
Mal aplicada, la propia virtud se torna en vicio y el vicio, a ocasiones, se ennoblece por el buen obrar.
En el tierno cáliz de esta flor pequeña tiene su albergue el veneno y su poder la medicina: si se la huele, estimula el olfato y los sentidos todos; si se la gusta, con los sentidos acaba, matando el corazón.
Así, del propio modo que en las plantas, campean siempre en el pecho humano dos contrarios en lucha, la gracia y la voluntad rebelde, siendo pasto instantáneo del cáncer de la muerte la creación en que predomina el rival perverso.
Éste el alegato que, de las medicinas naturales y los fármacos extraídos de fuentes naturales realiza fray Lorenzo, el buen fraile de la tragedia Romeo y Julieta (1597) de William Shakespeare.
Una historia de dos jóvenes enamorados que a pesar de la oposición de sus familias, rivales entre sí, apuestan por casarse de forma secreta y vivir juntos. Esa es su decisión.
Sin embargo la vida ya tiene tomada otra por ellos.
Y así la presión familiar, junto a una serie de fatalidades, les conducen al suicidio. No obstante en el ínterin está la acción del monje.
El profundo conocimiento de yerbas y plantas que tiene, junto a una gran experiencia en su manejo y dosificación, le han hecho poseedor de un misterioso narcótico.
Un esotérico brebaje, tan eficaz y preciso, que es capaz de actuar como un símil exacto de la propia muerte.
Y claro con semejante poder en sus manos, pergeña un plan.
Tenida por difunta, Julieta ya no será de nuevo desposada. La furia de los Capuleto no se hará extensiva a nadie. Montagüe podrá reunirse secretamente con su amada.
Y un día quizás, enfriadas las contiendas entre los parientes de ambas familias, revocado el fallo del Príncipe, una dicha y ventura general se extenderá a todos.
Ése es el pensamiento de fraile, sin embargo el hombre propone, pero es Dios quien dispone.
Y entre ellos está lo que piensa la Ciencia, claro.
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