domingo, 1 de noviembre de 2015

Factoría de electricidad y Faraday

Fracasaban una tras otra hasta ese 29 de agosto de 1831.

Cuando enrolló en un anillo de hierro y en cada una de sus mitades, dos alambres aislados. Uno que conectó a una pila o batería y otro a un galvanómetro.

Para su sorpresa descubrió que, sólo cuando abría y cerraba el interruptor del generador, el galvanómetro mostraba un leve movimiento, indicativo del paso de una corriente eléctrica.

Y al observar con más cuidado, se percató que el paso de corriente de manera continua por el primer alambre, no producía corriente en el otro.

Es decir que sólo se producía corriente en uno, cuando se iniciaba o cesaba la corriente en el otro. Sólo cuando el campo magnético variaba se inducía corriente eléctrica. Ahí estaba el truco.

En cualquier caso se había producido, mejor dicho inducido, corriente eléctrica.

Poco tiempo más necesitó nuestro hombre para demostrar que pasaba algo parecido cuando introducía un imán dentro de una bobina: también se producía una corriente transitoria.

Cuando lo introducía y cuando lo sacaba, pues también entonces se inducía una corriente sólo que, esta vez, era de sentido opuesto al obtenido cuando se introducía.

Igualmente, si el imán permanecía dentro de la bobina sin moverse, no se producía corriente.

Campo magnético variable
Estaba claro. Para producir una corriente con el imán, tenía que existir un movimiento relativo entre éste y el carrete o bobina. Igual que con la corriente, que tenía que variar.

Los estudios de Faraday probaron que, independiente de su origen, sea ésta una corriente variable o un imán en movimiento relativo, sólo cuando el campo magnético creado variaba se inducía corriente eléctrica.

Había nacido la inducción electromagnética y nuestro físico sabía que no era un asunto de poca monta lo que tenía entre sus manos.

Así lo muestra al menos, en las entusiastas líneas que le pone en una carta a Richard Phillips, fechada el 23 de septiembre de 1831: “Ahora estoy ocupado de nuevo con el electromagnetismo y creo que he conseguido algo bueno, pero no estoy seguro”.

Él pudiera ser que no estuviera seguro pero, por supuesto que lo había conseguido y que era bueno, muy bueno.

A partir de ese momento, una sucesión de hasta nueve (9) experimentos más, le permitieron llegar a la formulación de sus primeras leyes sobre la inducción electromagnética, que ya hemos apuntado son la base del funcionamiento de los generadores y los transformadores eléctricos.

Una formulación cuantitativa que en su estado actual está unida a la cualitativa de 1834, enunciada por el físico alemán Heinrich Lenz (1804-1865), en relación con el sentido en el que marcha esa corriente inducida.

Porque es bien conocida la escasa formación matemática de la que siempre adoleció Faraday. Un ejemplo de personal aprendizaje autodidacta y de intuitiva perspicacia científica, que le granjeó la envidia y enemistad de una parte de la comunidad científica.

Si la envidia fuera tiña.

No obstante. No habían pasado ni dos meses y nuestro hombre leía un resumen del informe sobre estos sus trabajos ante los miembros de la Royal Institution. De título le puso “Investigaciones Experimentales”.

Y es que el que puede, puede.

Y pudo tanto que pasó a ser uno de los pilares de la Teoría del Electromagnetismo de Maxwell.



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