miércoles, 4 de noviembre de 2015

Álgebra moderna y Boole (y 2)

(Continuación) Las tradicionales dimensiones espaciales que, a simple vista, resultan visibles y permiten localizar un punto, especificando sólo tres (3) números dentro de un cierto rango.

Para entendernos y por poner un ejemplo comprensible podrían ser: anchura, longitud y profundidad.

Tres que sabemos en realidad son cuatro (4) junto a la temporal, y que conforman el espacio tetra-dimensional perceptible de nuestro mundo físico.

Una comparación, me refiero a la de los tríos, religioso y físico, algo delicada para algunos. Una auténtica carambola de billar entre unas bolas llamadas matemáticas, física y religión, para no pocos. Y casi un oxímoron para muchos.

Pero en fin, el pensamiento es libre. Y naturalmente Boole no fue el primero en hacerlo, ni el último. Que la cosa aún colea, señal de que algo puede haber.

De hecho en su juventud, George, se llegó a sentir atraído por el concepto hebreo de Dios, como unidad absoluta, y hasta consideró su conversión al judaísmo. No obstante, ignoro los motivos y porqués, al final optó por el unitarismo.

Toda una sorpresa, lo digo por lo de la Santísima Trinidad.

De todos modos, con el tiempo, abandonó sus inclinaciones lógicas-religiosas y profundizó en el campo matemático, en particular en el álgebra. Un área que sabido es, fue iniciada siglos atrás por sabios musulmanes. O sea que venía de más atrás.

Pero el tiempo pasa.

Boole, estudiante y casi profesor
Y vaya si pasa.

No dejó de hacerlo desde que su padre, en los ratos libres que le dejaba el trabajo, participaba en un club de la ciudad, el Lincoln Mechanic's Institution que, como indica su nombre, tenía objetivos como promover el debate, la lectura y las charlas sobre la ciencia y la tecnología.

Una institución de la que en 1834 llegó a ser administrador de la biblioteca. Ya les hablé de las inquietudes intelectuales del progenitor y de cómo cogió el relevo el pequeño George.

Pequeño porque muy pronto inició su formación autodidacta, primero dirigida hacia el campo de las artes, y después, hacia el de las matemáticas.

Una autoformación en la que no intervinieron los libros de textos, que parece ser no le agradaban. Quizás su académica exposición de contenidos, su enseñanza reglada, no compaginaban bien con su libertad formativa.

Ellos no pero sí escogidas lecturas de científicos que le precedieron como el determinista Laplace y el lagrangiano Lagrange. Y debieron ser provechosas porque, hacia 1835, con solo veinte (20) años fundó su propia escuela para enseñar matemáticas.

Una faceta de nuestro prohombre, la docente, poco desarrollada.

Y cuatro años después, en febrero de 1840, la revista The Cambridge Mathematical Journal le publicaba su primer trabajo de largo título, sobre el cálculo de variaciones: ‘Investigaciones en la teoría de las transformaciones de análisis, con una aplicación especial a la reducción de la ecuación general de segundo orden’. Fue el primero de muchos.

Y algo debieron ver en él porque dicha publicación le permitió estudiar álgebra en Cambridge, lo que no estaba al alcance de cualquiera. A partir de entonces sus publicaciones fueron numerosas y variadas.

Empezaron en un pequeño folleto de 1847, ‘The Mathematical Analysis of Logic’, en el que nuestro hombre debatía con otros académicos, en especial con Augustus De Morgan (1806-1871). (Continuará)




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