(Continuación) Una era “el resultado negativo” de la experiencia de Michelson y Morley (1887), que con posterioridad constituiría la base empírica de la Teoría de la Relatividad Especial (TRE) de Einstein. O sea.
Y la otra “la catástrofe ultravioleta” de la ley de Rayleigh-Jeans (1900), uno más de los problemas irresolubles que le empezaron a surgir a la física clásica y que está considerado como el inicio de la Mecánica Cuántica. O sea, que.
Si, eran dos, pero mucho más grandes y oscuras de lo
que el termodinámico se pudo imaginar pues, a pesar de su opinión, para poderlas
“aclarar” hizo falta poner en cuestión todo lo que se sabía sobre el espacio,
el tiempo, la masa y el movimiento.
Dichas nubes fueron el anticipo de la enorme conmoción que sufriría la física clásica en los comienzos del siglo XX, una renovación conceptual que afectó tan profundamente a sus fundamentos, que daría como resultado la aparición de una nueva física, la física moderna. O sea.
De la física moderna. Teoría del caos
Un nuevo campo de conocimientos basado en tres
pilares: la teoría del caos, la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, provenientes de las tres grandes revoluciones científicas
del pasado siglo XX.
De la primera -cuya
reciente historia comienza en la década 1950 con el invento de los computadores
y el desarrollo de ciertas intuiciones sobre el comportamiento de los sistemas
no lineales-, sólo haré referencia aquí y ahora con una expresión que la
ejemplifica y seguro conoce.
El manido ‘efecto mariposa’, asociado al título de la conferencia que el matemático y meteorólogo estadounidense Edward Lorenz (1917-2008) pronunció el 29 de diciembre de 1972 en una sesión de la reunión anual de la AAAS (American Association for the Advancement of Science).
Y que no era otro que el
provocador “¿Puede el batir de las alas de una mariposa en Brasil dar lugar
a un tornado en Texas?”, que me recuerda a un poema de mis tiempos
escolares que más o menos venía a decir.
‘Por perder un clavo, el
caballo perdió la herradura, / el caballero perdió al caballo, / el caballero
no combatió, / la batalla se perdió, / y con ella un reino se perdió. / Y todo
porque un clavo se perdió’. O algo así, y no me pregunte porqué me acuerdo de
él, porque dudo cuándo lo perdí.
De lo que no me cabe la menor duda es que, a veces, cuando se mira en retrospectiva es posible apreciar cuánto significó un pequeño paso. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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