(Continuación) Y no era tanto una llamada para que obtuvieran récords, sino un estímulo para que se esforzaran por alcanzar la excelencia en aquello que hicieran. Y sabemos que Coubertin estuvo presente en dicho discurso, ergo.
Con posterioridad, el padre Didon hizo bordar
la frase en la bandera y mandó grabarla también en el frontispicio del colegio.
De ahí, por la apropiación de Coubertin, pasó a ser el lema de los Juegos
Olímpicos de la Era Moderna en 1896, donde estuvieron el pedagogo Didon y su latinajo motivador de una postura
perfeccionista de la vida humana, poniendo énfasis en la excelencia individual.
Acerca de Didon
Del poco conocido, reconocido y
polifacético sacerdote -fue también campeón olímpico, educador y precursor del
movimiento deportivo internacional y los Juegos Olímpicos modernos- le daré, en
otro orden de asuntos, un par de pinceladas.
Tras la guerra de 1870 asistió en el Collège de France de París a las clases del biólogo y fisiólogo francés Claude Bernard (1813-1878), fundador de la medicina experimental. Y frecuentó la amistad de Joseph Louis Pasteur Vallery-Radot (1886-1970), nieto, biógrafo y editor del gran científico francés Louis Pasteur (1822-1895).
Entre otras celebridades de su
época trató al bovariano escritor francés Gustave Flaubert (1821-1880) y, al
también escritor francés Guy de
Maupassant (1850-1893), cuentista sobre todo. Tal era
el reconocimiento social que llegó, que fue recibido en audiencia privada por
el Papa León XIII, quien le acogió con un: “¡Ah, el padre Didon! Tiene
un nombre famoso en el mundo. Continuad así Didon, continuad así”.
Didon y Coubertin, dos pioneros del movimiento deportivo
internacional y el olimpismo, para los que lo importante no era vencer, sino
participar. Por cierto, ¿está de acuerdo con la supuesta bondad de la
participativa idea? ¿Por qué siempre la oímos, pero dicha a los perdedores? No
sé. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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