(Continuación) Perdone que empiece abriendo un paréntesis, pero es que en el despliegue médico-literario alrededor de la salutífera aspirina, que de forma más o menos cronológica le enroco, no puede faltar el escritor portugués Fernando Pessoa (1888-1935), famoso por la gran cantidad de heterónimos que utilizó a lo largo de su vida literaria (se cuentan hasta setenta y dos). Precisamente con el de ‘Álvaro Campos’ fue con el que escribió en 1931 su Oda al resfriado, la que finaliza con: ‘Excusez un peu… ¡Qué gran resfriado físico! / Necesito la verdad y una aspirina’. Cierro paréntesis.
Por otra parte, cruzo el océano Atlántico, en su
novela Rayuela de 1963 el argentino Julio Cortázar (1914-1984),
haciendo alusión a “lo que han inventado otros para calmar otras cosas”, pone
en boca de La Maga: “Aquí todo le duele, hasta las aspirinas le duelen. De
verdad, anoche le hice tomar una aspirina porque tenía dolor de muelas. La
agarró y se puso a mirarla, le costaba muchísimo decidirse a tragarla (...)”. Toda
una metáfora, a qué dudarlo.
Y el peruano Mario Vargas Llosa (1936), en su relato novelado La ciudad y los perros publicado el mismo año que el del argentino, escribe: “Podría jurarle me estoy muriendo de dolor de estómago, quisiera una aspirina o algo, mi madre está gravísima, han matado a la vicuña, podría suplicarle...”.
Un vocablo el aspirínico, en mayúscula y minúscula, bien
corriente en el Nuevo Mundo como así nos la hace ver el cubano José Lezama
Lima (1910-1976) en su obra Paradiso de 1966 al relatar: “Regalaba
la aspirina, acompañaba al día siguiente del velorio, reconciliaba una pareja
para el enfilamiento en el himeneo total”. Himeneo, qué palabra.
Aspirina de “ida y vuelta”
Como los cantes, ya sabe. Supuestamente unos estilos
musicales que llegaron a América llevados por emigrantes españoles, donde se
transformaron y, con el paso del tiempo, terminaron volviendo a España, con el
regreso de aquellos o de sus descendientes.
Seguro que le suena más de uno, son palos flamencos de ida y vuelta como la colombiana, la rumba, la guajira, la milonga flamenca o la zambra entre otros. Pues igual ocurre con este prontuario aspirínico-literario, en el que no se queda atrás el británico Graham Greene (1904-1991) y su insana fidelidad al suicidio quien, en su autobiográfica Una especie de vida de 1971, nos la refiere como uno de los métodos que eligió para matarse sin éxito: “veinte aspirinas y un baño en la piscina del colegio que dirigía su padre…”.
Y en el que nos tropezamos con Abaddón el
exterminador de 1974, la última novela del escritor y físico argentino Ernesto
Sabato (1911-2001). Y después con el malogrado poeta y guerrillero salvadoreño
Roque Dalton (1935-1975), asesinado por sus propios compañeros del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Dalton finaliza su poema El dolor de cabeza de
los comunistas de 1975, con este par de versos: “El comunismo será, entre otras cosas, / una aspirina
del tamaño del sol”. (Continuará)
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