[Esta entrada apareció publicada el 23 de octubre de 2020, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
El viernes pasado nos desayunábamos con una preocupante noticia. Durante la madrugada había tenido lugar un terremoto de magnitud 4,1 en la escala de Richter, con epicentro en Ubrique y que se había sentido en Cádiz, Sevilla y Córdoba, si bien no se habían registrado daños personales ni materiales.
Una buena noticia dentro de la preocupación porque no debemos olvidar que
los seismos pertenecen a esa misma categoría de fenómenos
terráqueos naturales, junto al vulcanismo y la
pandemia, que gozan de las indeseadas características
de imprevisibilidad y peligro para los humanos.
Y no es que sepamos poco de estos temblores de tierra, sabemos mucho de lo necesario -como qué zonas del planeta son especialmente sensibles (donde chocan placas tectónicas diferentes), y algunos de los posibles indicios de que se van a producir- pero no todo lo suficiente cómo para saber cuándo va a tener lugar uno de ellos o los efectos que va a producir. Esto es algo que aún está fuera del alcance de la sismología actual, de modo que avanzamos sí, pero no lo suficiente. Precaución.
Últimos estudios hacen pensar que la Tierra emite de forma natural dióxido de carbono (CO2), principal responsable del efecto invernadero,
cuando las fuerzas tectónicas derriten rocas carbonatadas. Un gas que se acumula
en huecos de la corteza y se suele filtrar en parte al agua subterránea que
alimenta los manantiales, pero, si la presión del gas aumenta mucho entonces
puede escapar a través de las zonas límites entre capas geológicas, generando
el conocido movimiento telúrico.
Por desgracia no podemos establecer de forma cierta una relación causa-efecto sobre si este gas es el responsable del sismo o, al menos, si su presencia nos permite predecirlos. De hecho, ignoramos si es la única causa posible de ellos. En definitiva, no podemos predecir con certidumbre y algo de exactitud cuándo se producirá un terremoto, de forma que lo prudente es no vivir en zonas sísmicas y, si no hay más remedio, procurar hacerlo en edificios construidos con medidas antisísmicas. Caución.
De la más conocida y científica de las escalas utilizadas para determinar
la violencia de los terremotos, decirle que fue inventada y diseñada en 1935
por Charles F. Richter y aclararle algunos malentendidos sobre ella:
Se trata de una escala abierta, no
tiene un límite máximo. Se expresa en números árabes y no está graduada de 1 a
9.
Es una escala logarítmica, cada grado es diez veces mayor que el anterior, y así, un terremoto de grado 2 no es el doble de violento que uno de magnitud 1, sino diez veces más violento. Y no es la única, existe otra menos conocida y científica denominada escala Mercalli. ‘Contadme otra vez como evitar un terremoto con la vejiga de una oveja’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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1 comentario :
No entiendo en absoluto la cita de hoy 'Contadme otra vez como evitar un terremoto con la vejiga de una oveja'.
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