lunes, 26 de octubre de 2020

A propósito de crepúsculos

(Continuación) Así en plural, tal como utilicé el término en la entrada Lucero del alba de la semana pasada, donde explicitaba la existencia de dos crepúsculos, matutino y vespertino, y es que, como otras muchas, esta palabra goza de la propiedad de la polisemia, fenómeno del lenguaje por el que una misma palabra tiene varios significados.

Tirando de diccionario el término, etimológicamente derivado del latín crepuscŭlum, presenta hasta tres acepciones: una temporal, otra lumínica y estotra digamos entre coloquial y artística. Empezando por esta última ambos lenguajes lo utilizan para hacer referencia a aquella fase declinante que precede el final de algo, lo que sea: El crepúsculo del otoño, de la vida.

Sin embargo, las dos primeras están estrechamente relacionadas con nuestra estrella, asociadas por un lado con el intervalo de tiempo que hay tanto desde el inicio del amanecer hasta la salida del Sol, como al de después de su puesta hasta que cae la noche. Y por otro, también se refiere a la iluminación propia de ese intervalo de tiempo, a la claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el sol (amanecer) y desde que éste se pone hasta que es de noche (anochecer).

Crepúsculos, una cuestión temporal y espacial

Respecto a la primera, existen: el que tiene lugar antes de la salida del Sol y es conocido también como amanecer, aurora, alba, dilúculo o lubricán, y el que ocurre tras la puesta del astro y es conocido también como atardecer, ocaso, anochecer o arrebol. Así que desde un punto de vista físico temporal y en función del momento del día, podemos hablar de crepúsculo matutino y de crepúsculo vespertino.

Una clasificación que no es única pues, desde un punto de vista técnico se pueden distinguir hasta tres tipos, según el número de grados por debajo del horizonte que se encuentre el Sol: a) Crepúsculo civil, hasta seis grados (6 º), margen en el que en las ciudades no se requiere de iluminación artificial. b) Crepúsculo náutico, hasta doce grados (12 º), límite máximo que permite ver la línea del horizonte marítimo. c) Crepúsculo astronómico, hasta dieciocho grados (18 º), a partir de él la luz solar no interfiere con las observaciones astronómicas.

Crepúsculos, una cuestión lumínica

El término también alude a la claridad que tiene el cielo durante esos intervalos de tiempo que llamamos amanecer y anochecer, una iluminación que tiene lugar cuando la luz solar incide en las capas altas de la atmósfera, difundiéndose en todas las direcciones gracias a su interacción con las moléculas del aire, lo que permite iluminar el entorno del observador aun cuando el Sol ya no esté sobre el horizonte.

Un crepúsculo de color rojo debido al fenómeno óptico de la dispersión de la luz que genera la atmósfera y en el que los colores violeta, celeste, etcétera son dispersados con mayor eficiencia, la luz recorre mayores distancias dentro de la atmósfera, por lo que casi no llegan al observador. (Continuará)

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

 


1 comentario :

Anónimo dijo...

Me gustaría que escribiera sobre el cambio de hora ¿Es éste el último?