lunes, 29 de junio de 2020

Amor, matemática y literatura (3)

Esto es amor, quien lo probó lo sabe. Nos lo dice quien es denominado Monstruo de Naturaleza, por nada menos que Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), a su vez considerado por todos como la máxima figura de la literatura Española. O sea. Un Lope que nos muestra al amante áspero y tierno, a la vez que nos revela su forma de padecer el amor en función de las propias contradicciones que le hace sentir, en su caso, con la exhaltación de quien rompe las normas sociales. O sea que.
Sin duda entregar el corazón es la mayor prueba de amor que podemos darle a alguien, y hacerlo además a través de las matemáticas es toda una originalidad. Pero si otras ciencias demuestran por activa y pasiva que nada tienen que ver uno y otro, ¿por qué en pleno siglo XXI, el órgano del corazón se sigue identificando con el sentimiento del amor? Si le soy sincero, en puridad, no sé qué contestarle salvo el clasico ‘de estos mimbres estamos hechos los hombres’.
Binomio corazón-amor
Ni que justificar tiene el hecho de no desarrollar, en este momento, la tontuna oriental de la suspecta existencia de los siete chacras energéticos principales y de los que el cuarto, de nombre Anahata, se encuentra supuestamente en el centro de nuestro cuerpo, donde el corazón. No, de eso nada de nada, no es más que pseudociencia, aunque no es menos cierto un hecho.
A lo largo del tiempo no pocas culturas orientales y occidentales han equiparado, algunas lo siguen haciendo, la frecuencia sentimental del amor con los rítmicos movimientos del corazón, y no andan muy descaminadas en esta asociación de metafísica y física. Verá porqué le digo esto. Se puede demostrar empíricamente que cuando una persona enamorada ve al destinatario de su sentimiento, el corazón empieza a palpitarle de forma acelerada, enviando sangre a la cara hasta sonrojarla.
A la cara y, si viene a cuento, las circunstancias lo propician y se hace preciso, surte también de las suficientes y necesarias cantidades de sangre, a otros órganos del amor o sexo (tachen lo que no corresponda), para que puedan cumplir su función de forma óptima, oportuna y conveniente. Ya me entiende (algo hay enrocado, por si está interesado).
Es el mismo corazón, que palpita emocionado ante la presencia del ser amado, el que también puede sufrir y hasta desfallecer cuando experimenta una decepción amorosa, pudiendo llegar a quebrarse ante un desengaño. De ahí el dicho “le rompieron el corazón” o cuando decimos que sufre ‘mal de amores’ o ‘derrama lágrimas de sangre’.
Creo que es en estas razones y otras que se me escapen, donde radica el motivo por el que, casi cuatrocientos años después de lo de Harvey, la humanidad siga considerando al corazón como depositario del amor, aunque sepamos bien a las claras que tras él se encuentra otro órgano, al que el cineasta estadounidense Woody Allen (1935) consideraba su segundo órgano favorito. Sí se refería al cerebro. (Continuará)
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