Los científicos que
saben de las cosas del querer lo tienen claro. Existen tres etapas en el amor
que están controladas por hormonas, de forma que son ellas las que
definen nuestro calendario amatorio y amoroso. A eso queda reducido el
sentimiento poético, a hormonas bioquímicas y no más. Hola ciencia, adiós
corazón.
Primera etapa, la lujuria
Es la del impulso
sexual indiscriminado, el puro instinto por el apareamiento perentorio, la atracción
sexual genérica que desata la búsqueda de pareja, en cualquier acepción del
término. En cualquiera, oiga, ya me entiende. Es la que hace que vayamos detrás
de todo lo que se mueve y, como sé que sabe de lo que le hablo, lo dejo aquí.
Según la bioquímica,
esta imperativa búsqueda de pareja sexual viene propiciada y motivada por dos
hormonas esteroides: la masculina testosterona y los femeninos estrógenos.
Ellas inician y regulan la etapa y créame, son unas auténticas maravillas de la
naturaleza humana. No lo dude.
Segunda etapa, el enamoramiento
Es la del amor
romántico, ese que nos hace mirar a la otra persona de una forma especial y
única, porque sólo vemos en ella lo que tiene de bueno, o creemos que tiene, y
ninguneamos lo que tiene de malo o así lo creemos.
Es la de la atracción sexual
selectiva, el verdadero flechazo, vamos. Cuando no piensas en nada más que la otra
persona, cuando puedes llegar a perder hasta el apetito y el sueño porque lo
único que existe es el ser amado.
En esta fase actúan otras tres hormonas
diferentes: dopamina, adrenalina y serotonina, si bien
antes hay un desencadenante, porque han de saber que el verdadero enamoramiento
sobreviene cuando nuestro cerebro produce feniletilamina. Sí la del
chocolate. Un asunto de adicciones por lo que se ve.
Tercera etapa, el vínculo
Superadas las dos
etapas anteriores, si la relación continúa, aparece esa “ligazón” que mantiene
a la pareja unida. Es la de mayor duración y en ella encontramos un cariño y
afectividad con la persona amada que, para muchos, roza la amistad. Una etapa
que está relacionada con la producción de otras dos hormonas: vasopresina
y oxitocina.
Esta última, además de
liberarse en el parto y consolidar la unión madre-hijo, se libera también en
los orgasmos y se cree que establece lazos afectivos cuando intimamos: cuanto
más sexo haya, más fuerte será la unión. Dicen que es la auténtica molécula
del amor.
En definitiva, el amor
es química y algo de amistad o, mejor dicho, una amistad con momentos eróticos que
disparan nuestras hormonas. Ellas definen nuestro calendario amatorio: la testosterona
iniciando el deseo y la oxitocina manteniendo la fidelidad. Maldita ciencia, o
lo del filósofo: ‘El amor, ese estado de imbecilidad transitoria’.
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