Tiempo, amor y muerte, tres temáticas potentes y
fecundas donde las haya, que como pocos ignoran resultan ser recurrentes,
atractivas e inevitables en poesía. Bueno, en puridad hay quien añade otra, las moscas, que quizás por ser tan familiares no han tenido un “digno
cantor”.
O sí. A lo mejor resulta que no hay nada más poético que las moscas... Pero ése es otro asunto que no toca hoy. Kronos, Eros y Thánatos, así que
vayamos a los que nos traen y empezamos por el primero, Kronos.
¿Qué
es el tiempo?
Para esta en apariencia simple pregunta, el padre y
doctor de la Iglesia Católica San
Agustín (354-430), ofrecía ya en el siglo V una más que decepcionante
respuesta: “¿Qué es entonces el tiempo?
Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a alguien que me lo
pregunta, entonces no lo sé”. Les advertí.
El pensamiento del santo sobre esta misteriosa e
inquietante idea del tiempo, no nos sirve de gran ayuda, como tampoco nos
alumbra sobre su subjetividad, ésa que le hace transcurrir, ora con vertiginosa
rapidez, ora con desesperante lentitud.
Cómo no recordar por cuasi eternas, las
interminables horas de estudio en el colegio después de la jornada escolar. Y
por contra, lo cortas que se nos hacían las tardes mientras jugábamos. Es que se
pasaban en un plis-plás.
Se trata de lo que llaman tiempo psicológico, ese que nos parece que esté lleno de
sensaciones, como el de una fiesta divertida o el de las vacaciones veraniegas,
o vacío de ellas, como la noche del cinco de enero o las horas que preceden a
algo que nos importa.
Es del que habla el bardo poeta William Shakespeare (1564-1616): “El tiempo transcurre con
diversos ritmos en diversas personas. Yo te diré con quién anda el tiempo, con
quién trota, con quién galopa y con quién permanece inmóvil”. Relativo Kronos.
Adenda
cultureta
De hecho en los mosaicos grecorromanos era representado
como un hombre girando la rueda zodiacal, la personificación del tiempo.
Y en astronomía,
Chronos fue el nombre que se le puso al planeta que hoy conocemos como Saturno dado que era el “cuerpo
celeste” con mayor periodo (T)
observable del cielo a simple vista.
A saber: la estrella Sol, el satélite Luna y
los planetas (“estrellas errantes”) Mercurio,
Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Siete objetos celestes que a distintas
velocidades orbitaban en torno a la Tierra,
centro del universo por aquel entonces, siendo Chronos el más lento de todos.
De ahí que se pensara que era una especie de guardián del tiempo, pues ningún
otro objeto visto tenía un valor de periodo mayor.
Se estima que es de treinta (29,457) años el tiempo
que tarda en completar su órbita, es decir casi el triple que Júpiter (11,862
años) y no les digo ya de Marte, Venus y Mercurio por razones de proximidad
solar.
Con su extremada lentitud, sin duda Saturno tenía
que ser el padre anciano del tiempo en su eterno y cósmico deambular
interestelar. (Continuará)
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