(Continuación) En entregas anteriores le escribí sobre el automatismo en campos
tan dispares como: el de la limpieza, EnL’An 2000: Aspiradora; el docente, EnL’An 2000: Educación; o el de la construcción, En L’An 2000: Construcción.
Pero por aquello de que las ciencias (y las técnicas) adelantan que es una
barbaridad, hubo más avances automáticos en otros campos, de los que hoy les
traigo dos. Uno de ellos tan insospechado como el mundo de la sastrería a medida. Vamos casi un oxímoron científico si se piensa bien.
El “autómata sastreril” está formado por dos máquinas diferenciadas. Una,
encargada de tomar las medidas al cliente, que aparece de espaldas y en una
postura idéntica a la que adoptamos ante un sastre humano.
Y otra, una especie de cilindro vertical por cuya parte superior entra la
tela que, supuestamente, es cortada y cosida para confeccionar lo que parece un
traje y que sale por un conducto inferior.
No me queda claro cómo llegan las medidas del cliente a ella, ni qué es lo
que hacen en realidad en todo este entramado los dos trabajadores, salvo darle
compañía.
El otro es una maquinaria más en la línea de lo que pensamos deben hacer
estos dispositivos: realizar por nosotros un trabajo duro. Se trata de una segadora que funciona mediante energía
eléctrica, que le llega a través de un tendido de cables, y que se maneja a
distancia mediante un sencillo dispositivo.
Por el dibujo el agricultor, de forma cómoda y sencilla con una simple palanca
que puede estar en cuatro posiciones distintas, controla su velocidad,
dirección, etcétera. En fin, lo dicho, una barbaridad. (Continuará)
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